Cuando llegues a Alozaina a la
derecha, será para Jorox y Yunquera. Por la izquierda, llegas a la confluencia
del río de los Caballos con Río Grande. Vas camino de Tolox. Es un pueblo de
ida y vuelta. O lo que es lo mismo: final de camino; te frena la sierra.
Estás al pie de
Si es ocasión, contempla cómo
arranca la luna llena por entre los pinsapares que alcanzan una vida media de
hasta cien años y los veinticinco metros de altura. Son “una reliquia, casi en
extinción, de los bosques de grandes
coníferas de hace millones de años”.
Si tienes suerte y la ves, sigue con la vista
cómo planea el águila real, o cómo se encaraman las cabras monteses en lo más
alto de las peñas, y el quejigal cuando pierde la hoja, y el olor del orégano
en primavera....
Y si, por un suponer, eres de los
que gustan de los ruidos estridentes, entonces
acércate por San Roque a mediados de agosto. Más de sesenta mil cohetes –
yo no los he contado pero dicen que sí - suben al cielo.
Tolox es naturaleza y paisaje. En
sus sierras, y en la nieve que baja a manera de aguas frías cuando el deshielo,
y en sus calles, empinadas y estrechas… Si no quieres llevarte alguna sorpresa,
déjate el coche a las afueras.
Goza de rincones, donde a la blancura
de la cal se sobrepone el carmín de la rosa. Pega hebra con alguna mujer que,
muy de mañana, y “antes de que llegue el calor”
una vez más, encalará la puerta. “Mire usted - te dirá, cuando le
preguntes - porque a una le gusta la limpieza”. Y seguirá, dándole que te pego
a la faena.
A Tolox, puedes ir también a tomar
las aguas ‘amargas’ de su balneario. Quienes pasan por allí, hablan y no
acaban. De los ‘iluminados’ del siglo XIX, hablamos otro día. ¿Me permites una
recomendación? (Yo, ayer no lo hice por lo que tenemos encima), pregunta por Miguel López Portillo y pídele
que te cuente de su pueblo. Lo quiere tanto como yo al mío. Dile, que vas de mi
parte…
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