Hace unos días, Canal Sur puso en
un reportaje el drama que se cierne sobre el Parque de los Alcornocales, en
palabras del presentador, el más importante parque corchero de Europa, agoniza.
Se secan los árboles. Un agricultor hablada de once mil hectáreas productivas
hace unos años, reducidas ahora a poco más de mil…
En la Sierra de Huelva, hace unos
años el problema parecía también similar. Una extraña enfermedad que no lograban
atajar – hablaban de un hongo – y que secaba los árboles. Desconozco si lo han
solucionado totalmente.
En el reportaje, el ruido de los
motosierras rompía el silencio del monte. Era un sonido constante, sin tregua.
Un ruido que hace daño en los oídos. Esos cortes de los aparatos metálicos,
tienen un sonido diferente e inconfundible.
Hay otra manera de matar árboles.
El incendio de Almonaster la Real de este verano, ha dejado imágenes
desoladoras. ¡Qué dura y trágica es la
tierra quemada! Todo asolado y destruido y ahora, a esperar que el cielo quiera
darle un arreglo.
Ardieron también árboles
centenarios en el Guadarrama, cerca de La Granja de San Ildefonso en la
provincia de Segovia; en el Delta del Ebro, en Tarragona; y en el norte donde
árboles que antes no ardían: avellanos, castaños y nogales secos, han sido
pasto de las llamas como consecuencia de la menor pluviometría y el aumento de
las temperaturas originadas por el cambio climático.
Ayer tarde, le tocó al Mirador
del Estrecho en Tarifa. El fuerte viento de levante – ya se sabe cómo pega el
aire allí – era otra dificultad añadida.
Me viene a la mente para titular
estas líneas, la obra de Alejandro Casona, que se llamaba Rodríguez Álvarez de
apellido y que tomó el seudónimo de Casona en recuerdo a la casa donde vivió
con sus padres, maestros, en Besullo, en las cercanías de Cangas de Narcea.
A Casona, exiliado y perseguido,
le acusaban que huía de la realidad e idealizaba la vida que le rodeaba. Me
pregunto si en esta situación que nos atosiga, no sería necesario idealizarlo
todo y soñar con una España de montes verdes y árboles en los alcores y en los
ríos limpios que corren con agua clara. Como soñar no cuesta dinero… Pues eso,
aún sabiendo que los árboles en el teatro y en el campo mueren de pie, soñemos.
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