Habían salido de Roma muy
temprano. La Campania, a final de verano, estaba agostada, los pastos secos.
Atrás quedaron Cassino, Caserta... Pasaron por Nápoles sin detenerse, a la
izquierda, el Vesubio. Un indicador en la autopista mostraba la salida hacia
Pompeya.
Enfrente, se abría todo el golfo
de Nápoles. En la lejanía, más al norte, la isla de Ischia, casi en línea
recta, Capri. Por su mente, recuerdos de Ulises y sirenas que embaucaban a los
navegantes. Hervé Vilard había dejado una canción romántica de un amor de otro
tiempo. “Capri, c’est fini”…
Positano los esperaba a la
entrada de la costa Amalfitana. Frente a ellos, el golfo de Salerno… La
tecnología los llevaba por una carretera estrecha. Una voz enlatada les
informaba, “toma la primera salida a la derecha”, “después de un kilómetro, en
la rotonda, la cuarta salida…” Todo era una curva continuada; el acantilado
sobre el mar se elevaba poco a poco. Abría un paisaje bellísimo. Conocido, pero
no por eso menos sugerente…
La tarde caía lentamente con una
dulzura inusitada sobre el mar. El sol estaba ya bajo en el horizonte. Enfilaron
la Via Regina Giovanna. Cuando llegaron a la puerta de la casa de su amigo
Lucca Stroperno, aparcaron… Tocaron el timbre y apareció, primero Gigliola –
bueno, en realidad se llamaba Brina, pero él la llamaba Gigliola porque decía
que tenía el pelo negro y lacio, y los ojos grandes, como la Cinquetti, cuando
ganó San Remo, y los había enamorado… - Detrás venía Lucca, con la americana
medio abrochada…
Ella, en la habitación, corrió el
visillo de la ventana. Sobre los tejados se sobrecortaba la silueta de la Santa
María Assunta. Él siempre la llamó la “iglesia de la Asunción”. La cúpula de
ladrillos vidriados en amarillo y verde, como los colores del sol en algunos
momentos del día, en su opinión, era de
las cosas más hermosas que había visto…
La costa se recortaba y se perdía
entre salientes. Trepaban las casas monte arriba. Vegetación exuberante y
delante… delante de ellos el mar azul, que a esa hora comenzaba a tornarse
oscuro. Entonces, ella pulsó en el móvil y la voz de Rita Pavone comenzó a
cantar: “Qué me importa el mundo, cuando tú estás muy cerca de mí…” Y él
entonces, depositó sobre sus labios un beso suave y tierno…
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