Se acercaron hasta Ravello. Poco
más de seis kilómetros. La carretera no desentonaba con el resto. Tortuosa,
peligrosa. Muros de ‘piedra seca’ a ambos lados, bancales con vides… Trascurrió primero junto a la orilla, luego ascendía
separándose del mar poco a poco. A medida que subían, el Tirreno se veía
profundo, extenso…
Llegaron hasta Villa Rufolo. Ella
quedó deslumbrada ante la belleza de los jardines. Mosaicos perfectos ofrecían
tanta variedad de colores, que no se sabía hacia donde prestar la atención. Los
setos recortados, las empalizas simétricas. Todo era de una perfección, que
casi evocaba a algo diseñado por los dioses.
Abajo, el mar azul, muy azul y
profundo…
-
Como tus ojos, dijo él.
-
Es que tú los ves así, contestó ella…
Miraban a la lejanía…
-
Bonito, ¿verdad?
-
Precioso…
-
Tú, más…
La brisa le acariciaba la cara y
jugaba con sus cabellos…
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