martes, 25 de agosto de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Blanca III






Cuando terminó la carrera – Blanca tenía un expediente brillantísimo – trabajó en varios Gabinetes Técnicos de Arquitectura. Casi no le dejaban firmar proyectos, aunque eran obras suyas en un porcentaje muy alto. Sabía que era el peaje obligatorio de todos los que empiezan. Un día, Endrike Aldazaba, catedrático de Composición Arquitectónica en la Escuela, que había seguido sus pasos, le propuso si quería ir a trabajar con él de adjunta. No lo dudó…

Pasaron los años y Blanca Azpilicueta era profesora – la endogamia académica en la Universidad le había obstaculizado acceder a la cátedra – de Composición Arquitectónica 2, en quinto curso de la Escuela Superior de Arquitectura en la Universidad Complutense. Su prestigio ya era conocido en toda España.

Tengo que ir, le dijo, a dar una conferencia en la Casa de la Provincia en Sevilla. “La línea modernista en el mudéjar de Aníbal González. Influencias de la Exposición Iberoamericana de 1929 en la arquitectura española”. Es para mí muy importante. Va a asistir lo más nutrido del ámbito profesional… Si no te importa, sácame el billete y la reserva de hotel, estoy un poco agobiada.

Cuando regresó por la noche, le dijo que la acompañaría. Había pedido unos días de asuntos propios y no quería dejarla sola en un momento tan especial. Había reservado en el Hotel Doña María, en calle don Remondo, muy cerca del lugar donde pronunciaría la conferencia y casi al pie de la Giralda. … El AVE llegó a la estación de Santa Justa puntual, a las 18,49 como marcaba en el billete.

Un taxi los acercó al hotel. Después, salieron a dar un paseo por el Barrio de Santa Cruz. Calles estrechas, tortuosas , calles con misterio y mosaicos que venden la historia de la ciudad desde las paredes: callejón del Agua, Mateos Gago, Abades, Rodrigo Caro…  Se sentaron en uno de los bancos de mosaicos, en el centro una fuente y un pequeño saltador que aportaba un rumor especial. Tocaban las campanas de la catedral. “¡Ay Plaza de Doña Elvira!”

Picotearon algo, y regresaron tarde al hotel. En la terraza, con la catedral al alcance de la mano, tomaron una copa. Era una noche de embrujo. Era una noche de luz interior, donde el momento alcanzaba ese instante único y soñado. Él le dio un beso, el beso más bonito, más tierno, y más enamorado que pueda soñarse y ella le correspondió. “Y solo Sevilla sabe…”




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