¿Sabes? Hace un rato que
amaneció. Ahora ya se le nota a los días que vamos camino, despacio y lento pero
inexorable, hacia el equinoccio, y amanece un poco más tarde. Hasta bien
pasadas las siete no es día pleno, aunque la luz apareció por el otro lado de
los montes de enfrente como un halo de fuego. Hasta que no pasa un rato, no
está el sol arriba, en el horizonte.
Hoy, por no sé qué extraña razón,
lo necesitaba y me he puesto como música de fondo, “La mañana”. Es una
obra de Edvard Grieg, de esas que llaman
“música incidental”. La escribió por encargo de Ibsen para acompañar su obra, Peer
Gynt. Esa música, la música incidental, es la que abre una película, una obra
de teatro, la que suena y apoya algunos momentos, la que conduce al espectador
y a veces la recordamos más que la propia película o a la obra de teatro.
Cuando yo era un muchacho, un
hombre que tenía un buen gusto musical, me enseñó – nos enseñó - a deleitarnos
con obras como ésta y otras más, y entonces supimos que algunos hombres que
tiene un espíritu tocado por la mano de Dios, nos ofrecen piezas de música para
regocijarnos por dentro.
Y desde entonces, escucho a
Dvorak, a Sibelius, Albinoni, Vivaldi, a Falla, a… Bueno, muchas. En otras siento algo distinto y voy y me
sumerjo, en ocasiones, con el maestro Rodrigo por los jardines de Aranjuez y
sueño con el río que va lento, y con las hojas que caen en otoño, y con las nubes
que se columbran por el cielo por encima
de los plátanos, y con las magnolias florecidas en mayo, o con la rosa aquella
solitaria como yo, en un arriate…
Grieg era un hombre del norte de
Europa, de Bergen, Noruega, y desde allí nos envió una pieza única. Se ve que
los espíritus selectos pueden nacer en cualquier parte: en los países ahítos de
sol como el nuestro, o en otros donde las nieblas y el frío intenso dominan
durante muchos días del año…
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