viernes, 21 de agosto de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mañana






¿Sabes? Hace un rato que amaneció. Ahora ya se le nota a los días que vamos camino, despacio y lento pero inexorable, hacia el equinoccio, y amanece un poco más tarde. Hasta bien pasadas las siete no es día pleno, aunque la luz apareció por el otro lado de los montes de enfrente como un halo de fuego. Hasta que no pasa un rato, no está el sol arriba, en el horizonte.

Hoy, por no sé qué extraña razón, lo necesitaba y me he puesto como música de fondo, “La mañana”. Es una obra de  Edvard Grieg, de esas que llaman “música incidental”. La escribió por encargo de Ibsen para acompañar su obra, Peer Gynt. Esa música, la música incidental, es la que abre una película, una obra de teatro, la que suena y apoya algunos momentos, la que conduce al espectador y a veces la recordamos más que la propia película o a la obra de teatro.

Cuando yo era un muchacho, un hombre que tenía un buen gusto musical, me enseñó – nos enseñó - a deleitarnos con obras como ésta y otras más, y entonces supimos que algunos hombres que tiene un espíritu tocado por la mano de Dios, nos ofrecen piezas de música para regocijarnos por dentro.

Y desde entonces, escucho a Dvorak, a Sibelius, Albinoni, Vivaldi, a Falla, a… Bueno, muchas.  En otras siento algo distinto y voy y me sumerjo, en ocasiones, con el maestro Rodrigo por los jardines de Aranjuez y sueño con el río que va lento, y con las hojas que caen en otoño, y con las nubes que se columbran por el  cielo por encima de los plátanos, y con las magnolias florecidas en mayo, o con la rosa aquella solitaria como yo, en un arriate…

Grieg era un hombre del norte de Europa, de Bergen, Noruega, y desde allí nos envió una pieza única. Se ve que los espíritus selectos pueden nacer en cualquier parte: en los países ahítos de sol como el nuestro, o en otros donde las nieblas y el frío intenso dominan durante muchos días del año…




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