Baraxil Azcuénaga, comenzó
hablándole de la alta consideración que
tenían de su padre, a quien además de un cristiano íntegro, lo consideraba muy participativo
en la comunidad eclesial y comprometido. Ella sintió una cierta inquietud
interior…
Luego, le desgranó un rosario
cronológico de sus grandes obras esparcidas por la geografía española, del
prestigio alcanzado, y de lo que en Euskadi se le valoraba… y de pronto le
espetó: también le reconocemos los que estamos inmersos en nuestra causa, el
gran servicio que hizo cuando acogió en su casa a Aingeru Gorriti…
Un escalofrío le sacudió el
cuerpo. No sabía si sentía un bochorno con un calor inmenso en la cara, o un
ansia incontenible de vomitar… Por su mente pasó un tiempo que ya tenía
olvidado y luego rebobinó, “viene a comunicarme un impuesto revolucionario”. Se
lamentó no haber conectado los micrófonos y grabarlo todo. Se enrabietó por la
torpeza, pero se repuso poco a poco.
El hombre hablaba, le señaló
puntos concretos donde ella y su marido… Oía, pero no escuchaba. No quería dar
crédito a que tuviesen una información tan pormenorizada. “Su hija Aranzazu,
dijo, sale con un joven profesor y se citan en la calle Corazón de María, 18,
3º B. No podía más. La cabeza le retumbaba. Temía perder la compostura, sentía
ganas de gritar, de levantarse de…
Hemos pensado, agregó, que su
casa es el sitio apropiado para dar acogida a un compañero que tiene que solventar
unos asuntos aquí, en Madrid. Usted tiene una alta reputación social y nadie
puede conectarla con nosotros…
Traigo el encargo también, de transmitirle la invitación
a que acuda -enfatizó - al pliego abierto de nuestra incumbencia, y que
nosotros asignamos y donde se
especifican una batería de nuevas construcciones y reparaciones en algunos
templos emblemáticos de nuestra ciudad…
Estaremos en contacto, dijo
levantándose. Esgrimió una sonrisa a medias. Ella estaba seria, muy seria,
tremendamente seria. Le despidió con una frialdad que emanaba de su cuerpo y
que salía por los extremos de los dedos de la mano.
Siete días después, Blanca y su
marido volaban en el vuelo 247 de la TWA con destino a San Luis de Missouri. Su
amiga y antigua compañera, María Fernández, le había confirmado que estaba en
pie el ofrecimiento del Concejo de la Universidad, de unos meses antes, para impartir
un curso sobre los grandes arquitectos españoles con una duración de siete
meses. En cuanto pudiese Aranzazu se uniría a ellos… Se cerraba su casa indefinidamente,
sabedora que no volvería nunca más y, que en su momento, vendería el 34% de su
participación en el despacho de la calle Juan de Mena 27 de Madrid.
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