Amaneció un día soleado,
espléndido. Después aparecieron unas
nubes que, poco a poco, se transformaron en nimbos y cúmulos. A media tarde,
sonó un trueno lejano, luego otros más próximos. Al rato llovía copiosamente.
Mala tarde de toros para este San Isidro, pensó Blanca, que veía como caía el
agua al otro lado de los cristales.
Llamaron al timbre. No esperaba a
nadie. Se acercó a la puerta y por la mirilla que engrandecía las figuras con
su cristal de aumento, vio a un chico que tenía depositado un bolso de manos en
el suelo, junto a él.
Reconoció, aunque hacía mucho
tiempo que no lo veía, a Aingeru Gorriti. Sabía que había jugado con su hermano
a la pelota en el frontón de la calle José Achotegui y en una ocasión, de niño,
había sido un destacado aizcolari, ganando el campeonato de corta de troncos…
Abrió la puerta, y entonces él le
dijo que el padre Ander Echevarren que era amigo de su padre, con quien
compartía a veces, algunos txikitos, le había dado su dirección, que solo estaría
en Madrid unos días porque tenía que resolver unos asuntos y que se marcharía
en cuento hubiese terminado...
Blanca lo alojó en la habitación
que usaba su hermano cuando venía por Madrid y que ahora estaba libre. Le dijo
que la próxima semana ella estaría fuera porque participaba en un simposium de
Arquitectura, a nivel europeo en Florencia, por lo que se marcharía ocho o diez
días. Si tienes que irte antes, le dijo, me dejas las llaves en el buzón del
vestíbulo.
Hablaron durante un rato. Él le contaba
de la opresión a la que España sometía a su tierra, de cómo la policía tenía
pinchado el teléfono del aitak sendatu egiten du, pero que consciente de
ello solo lo usaba para hablar con el obispado…
Blanca tomó un vuelo Madrid-Pisa
y de allí, un tren de Pisa Centrale a Florencia-Santa María donde la
recogieron. Una mañana, durante el receso, la televisión informó de un atentado
en la Plaza Manuel Becerra, en Madrid. Sintió un vuelco interior. Ella, cada
mañana subía por Antonio Toledano, Paseo del Marqués de Zafra y Doctor Esquerdo
hasta esa plaza donde tomaba el metro de la línea 6, hasta la Escuela…
Llamó al teléfono de su piso. No
contestó nadie. Era media mañana, tampoco… Cuando Blanca regresó a Madrid, al
abrir el buzón encontró las llaves. Subió y sobre la consola de entrada había
una nota: Euskadi harro dago zurekin (Euskadi está orgullosa de ti). Se
sentó sobre la cama y arrancó a llorar amargamente…
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