¿Sabes? Me siento en estas tardes
largas de estío frente al ventanal, en espera de que, cuando baje el sol en el
horizonte, refresque un poco. Todo es monotonía, todo es lentitud sin que
podamos hacer nada para que el tiempo – que no está quieto – pase con más
rapidez.
Están calladas, mudas las
campanas del convento. Otea el horizonte una veleta herrumbrosa y agarrotada,
perezosa… Dentro, al otro lado de la tapia, unas monjitas muy mayores andan en
sus menesteres de dulces y rezos. Apuntan los cipreses al cielo…
Se han ido los pájaros del
jardín. ¿Dónde pasarán las horas de la siesta esos pájaros diminutos que cada
día dan la bienvenida al alba? Están quietas las ramas de los árboles, no hay
ni una pizca de brisa que produzca ese tintineo único que tienen todos las
hojas cuando se arranca suave, sugerente, el aire que era fresco cuando salió
de la mar y que ahora, ya tierra adentro, es casi fuego.
Me pregunto, ¿dónde se meterán
los mirlos madrugadores que se comen las uvas de la parra antes de que apunte
la luz del día? Todo es lento. Miro el reloj. Casi no avanza. Agosto se estira
como un gato perezoso que no quiere levantarse…
Dentro de un rato, cuando se
alarguen las sombras, los aspersores del jardín saltarán de manera automática y
una lluvia artificial caerá sobre el manto verde en lucha sorda contra la
evaporación, y así el suelo será una alfombra moteada de gotitas diminutas. Los
jazmines serán biznagas en los canalillos del pecho de las madres, que olerán a
jazmines, y los jazmines olerán a madre.
Alcanzo un libro. No apetece la
lectura pero, uno echa mano de un libro al azar y se le viene, como por encanto,
uno que recoge poemas de un poeta querido. Lo abre y encuentra: “anoche cuando
dormía / soñé bendita ilusión…”
Entorno los ojos. ¿Será verdad que existe la acequia escondida con el
agua que nunca bebí, y las abejas doradas, y la blanca cera y la dulce miel? Me
paro y, entonces sí sé que Dios se deja ver: “me voy a echar un rato porque
esta mañana madrugué”, y le llamo y no
me responde… en esta tarde de estío, al otro lado del ventanal, mientras
lentamente se va – se nos va – la tarde.
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