lunes, 17 de agosto de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tarde de estío




                                 


¿Sabes? Me siento en estas tardes largas de estío frente al ventanal, en espera de que, cuando baje el sol en el horizonte, refresque un poco. Todo es monotonía, todo es lentitud sin que podamos hacer nada para que el tiempo – que no está quieto – pase con más rapidez.

Están calladas, mudas las campanas del convento. Otea el horizonte una veleta herrumbrosa y agarrotada, perezosa… Dentro, al otro lado de la tapia, unas monjitas muy mayores andan en sus menesteres de dulces y rezos. Apuntan los cipreses al cielo…

Se han ido los pájaros del jardín. ¿Dónde pasarán las horas de la siesta esos pájaros diminutos que cada día dan la bienvenida al alba? Están quietas las ramas de los árboles, no hay ni una pizca de brisa que produzca ese tintineo único que tienen todos las hojas cuando se arranca suave, sugerente, el aire que era fresco cuando salió de la mar y que ahora, ya tierra adentro, es casi fuego.

Me pregunto, ¿dónde se meterán los mirlos madrugadores que se comen las uvas de la parra antes de que apunte la luz del día? Todo es lento. Miro el reloj. Casi no avanza. Agosto se estira como un gato perezoso que no quiere levantarse…

Dentro de un rato, cuando se alarguen las sombras, los aspersores del jardín saltarán de manera automática y una lluvia artificial caerá sobre el manto verde en lucha sorda contra la evaporación, y así el suelo será una alfombra moteada de gotitas diminutas. Los jazmines serán biznagas en los canalillos del pecho de las madres, que olerán a jazmines, y los jazmines  olerán a madre.

Alcanzo un libro. No apetece la lectura pero, uno echa mano de un libro al azar y se le viene, como por encanto, uno que recoge poemas de un poeta querido. Lo abre y encuentra: “anoche cuando dormía / soñé bendita ilusión…”

Entorno los ojos. ¿Será  verdad que existe la acequia escondida con el agua que nunca bebí, y las abejas doradas, y la blanca cera y la dulce miel? Me paro y, entonces sí sé que Dios se deja ver: “me voy a echar un rato porque esta mañana madrugué”, y  le llamo y no me responde… en esta tarde de estío, al otro lado del ventanal, mientras lentamente se va – se nos va – la tarde.



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