Era media tarde de un día soleado
de otoño. Sobre El Retiro se columbraban en un cielo muy azul, unas nubes que
iban de paso. Un ruido sordo y opaco, subía de la calle. El tercer piso de la
calle Juan de Mena, 27 de Madrid, tenía un amplio ventanal por el que la tarde
se asomaba hasta la mediación del despacho.
El despacho de Blanca no era ni
grande ni pequeño, funcional y donde no faltaban las pinceladas de buen gusto. En los testeros, pinturas de pintores
reconocidos, de Rittwagen, un cuadro naïf de los Baños del Carmen en
Málaga, y de Leonardo Fernández, un
bodegón en un patio andaluz de principios del siglo XX. Las otras dos las había adquirido en una
galería de Madrid, en la calle Claudio Coello. Eran de un pintor joven que ya
tenía un nombre reconocido: Cristóbal Pérez. Uno recogía una calle de Nueva
York, con la densidad del tráfico enorme que ocupa la urbe; el otro, una marina
apaisada de un mar con olas medianas coronadas por un pespunte de nácar. En un
rincón, un jarrón con flores secas…
Pensó primeramente que podría ser
algo relacionado con su trabajo profesional, pero le había extrañado bastante que
el señor con el que había concertado la cita, la había llamado a su teléfono
privado, obviando a la secretaria que era lo habitual, y le había dicho: “con
usted, a solas y sin testigos”. En un principio estuvo tentada de no concederla
y alegar que estaría fuera, pero le parecía tan poco consistente la excusa, que
optó por terminar cuanto antes.
La secretaria, a la hora en punto
en que estaba concertado el encuentro, le anunció que en el vestíbulo estaba un
señor... Le acercó una tarjeta de visita en papel de muy alta calidad y de
diseño: Baraxil Azcuénaga, Idazkaria.
Tenía una enorme curiosidad por conocer el objeto de la visita.
Se saludaron cortésmente y lo
sentó en la zona del despacho para atender las visitas. El hombre, relativamente
joven, poco más de treinta años, no mal parecido, complexión de quien cuida su
aspecto físico, con una nariz muy prominente, tenía un hablar pausado. Le
ofreció un café, un refresco, agua… Rechazó con una sonrisa el ofrecimiento y
le manifestó que no deseaba tomar nada…
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