El único cementerio que he
visitado por voluntad propia, ha sido el de Montmartre, en París. Ahora parece
que camino por panteones de muertos-vivos que van a alguna parte. ¿Esto es el
comienzo del Apocalipsis? Si no lo es, al menos tiene muy mala pinta.
Las cosas no van bien. Da la
impresión de haberse perdido el control, de fracaso personal y colectivo. Todo
es un vocerío de mercado donde cada uno pretende vender su mercancía. Según él,
la mejor. Según los resultados, como que no .
Cunde el desencanto. Hay una
tristeza que flota y que está ahí como si hubiésemos perdido la ilusión de que
mañana, con un poco de suerte tras el amanecer, vendrá la vida. Esa vida que es
la chispa que empuja y nos ayuda a subir la cuesta.
El pesimismo está generalizado.
Se habla con los amigos y el tema de conversación es el mismo: pandemia, palos
de ciegos de quien tiene que guiar, ‘lavaero’ de políticos culpándose
unos a otros, y las soluciones que llevan un poco de esperanza, se saben que
están, no sabemos dónde, y se las esperan. Ojalá que para mañana no sea tarde.
La economía – que dicen que mueve el mundo – está a punto
de hacerse, si no se ha hecho ya, añicos. Se han quedado los aires sin aviones,
los aeropuertos son espacios fantasmas y hay un ruido sordo, de empresas que
bajan las persianas sin la esperanza de volver a subirlas pronto.
Me decía un amigo, que estos
tiempos no son los peores de la historia de la humanidad y que desde el ‘homo
sapiens’ hasta hoy, se han alterado los procesos de crisis con otros de
bonanza. Me refrescaba la memoria con aquello que se llamaron las siete Plagas
Egipto. Claro, cuando nosotros estudiábamos Historia Sagrada, supimos de
langostas (la de los platos que les pagamos a algunos espabilados, no, las
otras), de sequías, de vaca flacas, de…
Todo aquello nos abría los ojos,
como dicen que se abrió el Mar Rojo, y nos asombraba a los niños ávidos de
conocimientos. Ahora, nos coge con los palos de la vida sobre las costillas y
el desencanto en la mochila. Mi amigo Juan Gaitán me dice, que sí, que es
verdad que tiene muy mala pinta, pero que resistamos. Un vez más, querido Juan,
intentaré hacerte caso.
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