Hace unos días, el seis de agosto,
se cumplieron trescientos sesenta años de la muerte de Diego Rodríguez de Silva
Velázquez en Madrid, donde vivía como
pintor de Corte.
Murió después de regresar de un
viaje a Fuenterrabía donde el Rey de España, Felipe IV, en la Isla de los
Faisanes, dio a su hija, la Infanta María Teresa, al Rey Sol, Luis XIV de
Francia, como esposa y ‘pago’ de una de la cláusulas del contrato de la Paz de
los Pirineos, donde España le entregaba el mando a Francia.
Velázquez, en su cargo de
Aposentador Real, fue el responsable de preparar la decoración del acto. Viajó
desde Madrid por Guadalajara, para evitar el paso de Somosierra, y Burgos hasta
San Sebastián. Allí permaneció un tiempo relativamente corto, hasta finales de
julio, y desde donde se extendió la falsa noticia que corrió por Madrid de su
muerte, por lo que al regreso de la comitiva real, su presencia fue el asombro
de sus familiares.
Era un hombre de estatura baja,
bien formado y entrado en carnes sin estar gordo. De color cetrino, pelo negro e intenso y mirada
profunda, flemático y muy tardo en sus reacciones. Asistía a la decadencia de
España, que no se su obra, con enorme dolor. En 1656 pintó La Meninas y en 1657
las Hilanderas. Obras cumbres de su pintura.
En la mañana del 31 de julio de 1660
después de estar con el Rey se sintió indispuesto. Por uno de los pasadizos de
Palacio, se retiró a su casa. Fiebre alta y malestar general. Llamaron a
Venancio Moles, médico de la familia que certificó “fiebres tercianas sincopal
minuta”. Hoy se sabe que las produce un protozoo similar al que causa la
viruela y la malaria.
Enterado el rey, envió a sus dos
médicos de cabecera Miguel de Alba y Pedro de Chávarri. Coincidieron con Moles en
el diagnóstico que en aquel tiempo era mortal. Los remedios curativos hoy
inducen a risa: “una copa de vino templado, después de las comidas” por
ejemplo…
Sobre las dos de la tarde del día
seis de agosto, muere a los 61 años, el genio más grande de la pintura que ha
dado España. Nacido en Sevilla en 1599, lo enterraron en la desaparecida
iglesia – sus restos también – de San Juan Bautista con el hábito de la Orden
de Santiago…
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