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de agosto.- Nos aconsejan una bajada a Seimeiras de Queixoioro. Lo hacemos. Es
uno de los paisajes más recónditos y bellos de los que uno puede encontrarse
por esos mundos de Dios. Uno siente de pronto, un sobrecogimiento interior y la
sensación de estar inmerso dentro de un mundo de magia.
El silencio sólo se turba con la caída del
agua de la cascada. Por el puerto del Acebo, hemos bajado hasta encontrarnos de
nuevo con el Navia, al que ahora remansan en el embalse de Negueria. El pantano
es oscuro y tenebroso. Da un poco de
sobrecogimiento. Se siente la necesidad de salir de allí. No me gustan las
aguas remansadas en los pantanos, no me gusta su color ni su olor. Lo hacemos
hacia San Antolín de Ibias y, puerto arriba, camino de los Ancares.
Todavía
existen pistas terrizas y caminos sin señalizar. La experiencia es excepcional.
La poca gente que hemos hallado, en San Clemente, en Rao, es
extraordinariamente amable. Balouta y Suarbol tienen tejados de pizarra con un
gris que brilla a nuevo con el sol del mediodía. En Piornedo, las pallozas son
reliquias del pasado. Sirven para atraer turistas y denunciar lo dura que debió
ser la vida por estas tierras para quienes tuvieron que vivirla.
Hemos
bajado por el Valle de los Ancares. Toda la Reserva Nacional está quemada.
Brota el monte bajo. Los muñones de árboles ennegrecidos, hacen que a uno se le
encoja el alma al pensar en la crueldad que el hombre es capaz de encerrar
dentro. A media tarde de un día soleado de agosto, desde el Puente Romano, veo
a la gente que chapotea y ríe en las aguas cristalinas y limpias del Burbia.
Vega de Espinareda tiene una playa fluvial y una joya en el monasterio
Benedictino de San Andrés, pero está en restauración y cerrado. Fabero levanta
monumento al minero y la tarde se escapa, como a los niños que jugaban hace un
rato en el río, se les escapaba el agua…
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