Para ti...
lunes, 30 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Aforaos
El político se blinda con la
capa de la Ley. Lo protege ante un cambio
de viento. El político siempre mira, primero, por él y luego, también. Se pone
la venda antes que aparezca el grano. No, no va por ahí el agua al molino.
En el campo, a la previsión de
cosecha, se le llamaba ‘aforo’. Este año,
hablaba entre sí la gente, me han ‘aforao’…Expresaba la cantidad estimada que
podría conseguirse. Aún el sistema métrico decimal no se había implantado. Si
se pesaba algo era con la romana y casi siempre se expresaba el resultado en
libras. El kilo vino después, muchos después.
Los cítricos tenían una manera
de contabilidad especial. Se hablaba de ‘cientos’ y ‘manos’. El pilero, cogía
las piezas y contaba y al final, siempre había la coletilla “ciento y uno”. Era
una mano de ‘gracia’ para el comprador y siempre en contra de quien lo había
sudado. Ya se sabe que quien se acerca al campo, como muy poco, se lleva polvo
en los zapatos…
En un vara de mimbre, el hombre
que, en cierto modo, era responsable de cómo iba la cosa marcaba con la navaja
unas muecas. Eran los cientos; los millares, tenían una una raya más grande,
más señalada de tal manera que, las manos marcaban el ciento y los diez cientos
el millar. Era la sociedad donde el analfabetismo imperaba.
Al trigo se le daba un trato
distinto. Eran la cuartilla, la media fanega y la fanega las unidades de peso;
el raero, debaja el colmo en su sitio. Había otras maneras de medir ´-almuz,
medio almuz - pero eran unidades más
pequeñas y para uso doméstico. La previsión se expresaba en semillas y el año
que el trigo ‘venia’ a cuarenta o a cincuenta semillas eran años buenos. En
otros, en cambio, no se ponía la era…
En la Fuentarriba medio
arreglaban – ahora, también – el mundo. Era el mentidero oficial. Había quien
sabía de todo más que nadie. Era algo así como la autoridad a la que, muchas
veces, la realidad desmentía. Dos amigos se encontraban delicados de salud. Deciden acercarse ante aquel
fielato carente de piedad…
-
Vamos, a ir, le dice uno al otro, a la
Fuentarriba, a que nos aforen, el tiempo que nos queda….
Duro. Real. ¿Alguien puede
aforar qué tiempo falta para que venga un pechaíta de agua con vergüenza?
domingo, 29 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¿Para qué?
Mediodía. Las sombras se quitan
de en medio; buscan dónde meterse. Calor asfixiante. Gente sudorosa. Recuerdo aquello de ‘hay que
ver el calor que estarán pasando en las sombras con lo que sale de aquí'? Todas
las luces del estadio encendidas. ¿Para qué?
Los jugadores se entregan. Lo
dan todo. Algunos rayan en el agotamiento. El entrenador planifica como cree
que es de la mejor manera. Todo, cuestión de acierto. A eso, a veces, le llaman
suerte. La gente jadea, protesta, canta, aplaude, grita, chilla – por cierto,
sobran todos, absolutamente, todos los insultos -, chifla. ¿Para qué?
Pasa el tiempo. Hastío,
aburrimiento. Se hace largo. Un descanso.
Se hidratan. Toman agua. No se ve nada que sea diferente a lo de otros domingos
anteriores. A lo peor todo comenzó una tarde de primavera a orillas del
Cantábrico. Un poco más allá, la Torre de Hércules. El mar, aquella tarde, azul.
Los colores de los dos equipos, también. Los palos – un técnico hablaría del
palo corto y del larguero - de la
portería frenan y desvían el balón. Fuimos a Coruña… ¿Para qué?
Avanzan un poco las sombras. Se compadecen de mi posición.
Deja de darme el sol. Un amigo cercano me dice que está el día como para irse a
buscar un plato ‘de los Montes’. Le digo que puede cambiarse por unas migas.
Reímos las ironías. Con lo que se ve abajo entran ganas de.... ¿Para qué?
Cuando se va a terminar todo, un jugador del equipo
contrario para el poco aire que corre… El
corazón, en un puño. Nuestro portero tiene manos; las usa, pero no como en
aquella noche que el Deportivo ‘devolvió’ la visita. No; hoy, no. El hombre,
aquel día, se hizo un lío. Hoy, no. Hoy,
providencial. Estaba vestido de verde limón. ¿Para qué?
Busco el coche en el
aparcamiento de Juan de Herrera. La gente camina cabizbaja. Comenta poco; casi
ni habla. Pongo mensajes a Torron, Paco,
Juankar. Es lo que tengo que hacer. Son amigos. Los momentos… pues eso. No, a
Al-Tani no le he puesto ningún mensaje. No tengo su correo. Si lo tuviera le
diría: “Por favor…”
“De desilusión en desilusión
hasta la debacle final”. Me lo digo para mis adentros. Lo pensaría, también, un pesimista. El optimista se lo cree: ¡la
próxima! ¿Para qué? Ah, resultado final: Málaga 0; Sporting de Gijón 0.
sábado, 28 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Don Paco
Don Paco era rechoncho y
barrigón. Nariz larga, bigote y boca
grande – para comer y para hablar de todo el mundo -, pies casi planos y caminar
lento como consecuencia de la edad y de
su poca actividad física.
Don Paco vivía del campo.
Mejor, don Paco vivía del trabajo de los demás. Pagaba un jornal de miseria
amparado en que daba trabajo todo el año. Ellos le entregan sus sudores en los
días tórridos del verano; sabañones en las orejas y pies helados en las mañanas
de escarcha en los meses de invierno.
Cada noche venía el aperador. Le informaba de la marcha de la labor. Si era
tiempo de sementera hablaban del tempero de la tierra; si se acercaba la época
de parición, de cómo iban naciendo lo chivos, si…
Don Paco vendía el fruto a unos
señores que venían de fuera de la mano de un corredor del pueblo. Engañaban a
los agricultores más endebles –a don Paco, también, aunque él creía lo
contrario – en precios, pesos, cogidas….
A casa de don Paco acudía un
maestro a ‘dar lección’, según él, a su nieto. Contemplaba desde la butaca:
-
La ‘p’ con la ‘e’, decía el maestro:
-
‘Pe’, contestaba, Fernandito
-
La ‘n’ con la ‘a’
-
Na…
Algo dirá,Fernandito, algo
dirá, terciaba don Paco…
Cada tarde don Paco acudía al
casino. El casino estaba en el primer
piso de una casa vieja de la Plaza. Se subía por una escalerilla empinada. En
la pared un pasamanos aliviaba las subidas y las bajadas del personal.
El conserje, al llegar don Paco
a la puerta, tomaba el sombrero y lo ponía sobre un perchero, en compañía los
otros sombreros de los que compartían mesa, tarde, hastío y conversación, con
don Paco.
Don Paco, que no tenía carné de
conducir, se compró un coche. El pelota, de frases hechas y amaneradas, le pidió que le
diese un paseo. Don Paco accedió…
En la plaza se cruzó un perro y, a mejor
vida; un poco más adelante viene un hombre con una burra, embiste al serón y le
rompe los cántaros; a la salida del pueblo, una mujer mayor cruza la calle, don
Paco no frena. La mujer intenta esquivarlo; don Paco gira el volante al lado
contrario… Cae.
-
¡Uy, don Paco, dijo con alivio el pelota, creía
que ésta se le escapaba!
viernes, 27 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Galdós y otras cosas
No sé si estoy en lo cierto.
Tengo entendido que fue Alfredo Pérez Rubalcaba quien dijo algo así como que en
España era el país donde mejor se organizaban los entierros. Más o menos.
Elogios al muerto y, al día siguiente, pues como que si te vi, ni me acuerdo.
Viene al caso por dos hechos.
Uno en el pasado; otro, de actualidad. Leo que don Benito Pérez Galdós murió
ciego y pobre, casi lindando con la indigencia y sostenido por la caridad
familiar. En la España analfabeta de su
tiempo casi– unos porque no sabían; otros, porque no querían - nadie leía. Lo
cierto es que su obra no se vendía y quien vive de lo que publica pues, eso, ya
se sabe…
En aquel Madrid en que vive, o sea, primer cuarto del
siglo XX, intentan un homenaje. Buscan con el reconociendo ratificar su prestigio y una manera de ayudarle económicamente…. El
olvido, entonces como ahora, pan de cada día. Con el tiempo hemos sabido que él
es uno cuatro pilares de la novela
española. Los otros tres: Cervantes, Baroja y Delibes.
Es más, recurren al
Ayuntamiento de su lugar de nacimiento donde acuerdan dar una cantidad que
nunca llegó. Por cierto, don Benito, anticlerical y amigo íntimo de Pereda que
era de misa diaria, - qué lección en los tiempos que corren-, jamás mencionó en
su obra a su ciudad. Intentan poner en aprieto a un obispo y le preguntan por
el lugar idóneo para colocarle un monumento. “En ese, en ese lugar, dijo
socarronamente, donde don Benito cita a Las Palmas…!
Al entierro de don Benito, era
enero y hacía mucho frío en Madrid, cosa normal, acuden todos los que van a los
entierros… Ya se sabe, y más de veinte mil personas en todo el séquito que
llenan las calles por el centro y en el camino del cementerio…
Ahora, las aguas andan movidas.
¿Se acuerdan de un entierro en una mañana muy fría de noviembre? Las calles de
Madrid llenas. A ver si podemos conseguir movilizar a un número ingente de
curiosos. Así el muerto tendría dos éxitos, el primero, el de verdad, el del
día del camino a la tumba, y otro, tan
póstumo que a muchos eso del pasado nos huele a polvo muy viejo y a revancha.
miércoles, 25 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mar azul, espuma de olas
La Herradura es ensenada pequeña. Es arco que se asemeja y
toma nombre de la protección del casco del animal. Es abrigo natural, a los pies de Cerro Gordo,
según mires a sol naciente o poniente de los temporales de levante y de eso te
pueden hablar los que gobiernan redes en el rebalaje, y una lápida
conmemorativa de una tragedia. Otra de las tantas de las que este mar sabe. Mar
azul, espumas de olas y, a lo lejos, muy lejos el horizonte…
Los hechos ocurrieron por octubre de 1562 cuando, en el reinado
de Felipe II, una escuadra navegaba de Málaga al Reino de Nápoles. Se levanta
un temporal. Buscan refugio al amparo de la Punta de la Mona. Cambia de
súbito el viento. Chocan unos contra otros. En el naufragio mueren - según los
papeles viejos en las crónicas del XVI - más de cinco mil personas.
En
bronce, el escultor granadino Miguel Moreno reflejó la dureza de los que se
juegan la vida, -ahora y antes- mar
adentro, y levantó, con la cara quemada por el sol y brisa, en monumento al
‘Hombre de la mar’.
Si
te giras sobre tus pasos, levanta la mirada. La Sierra de Almijara es
imponente. Recorta casi siempre un cielo azul. La sierra está mucho más allá de
donde los hombres han levantado urbanizaciones con casas impersonales que
quieren tener estilo propio pero unas encima de otras…
Entre
la sierra y el mar el progreso ha construido una carretera moderna. Es la
autovía. Salva quebradas, barrancos, torrenteras… Horada los montes y hace
túneles que acortan las distancias. El hombre, cultiva la tierra palmo a palmo:
aguacates, magnos, guánabas, papayas, chirimoyos, litchis, guayabas, níspolas,
pitaya… ¿No lo sabías? Éste es un lugar único en Europa.
Si
antes de partir decides dar un paseo por la playa, ármate de zapato apropiado:
la arena es de medio a gruesa hacia arriba. O sea, una puñetera que se hinca en
la planta de los pies, y luego ya sabes: ampollas, fiebres, quemaduras y lo que
ocurre con estos percances…
martes, 24 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Señas
Hay aspavientos de mirlos en la huerta. Mi presencia los ha
asustado. Esta mañana, por arte de birlibirloque, han salido aleteando entre la
frondosidad. Estaban asustados.
Dentro de muy poco los granados
alfombrarán el suelo de hojas del color de oro viejo. Aún no les ha llegado el
tiempo. Se maduran las granadas del
vallado. Cada vez tienen un color más sensual. Están rosáceas por fuera y
dentro, esas perlas ahítas apretadas unas contras otras que nosotros llamamos granos
están casi maduros. Chorrean azúcar.
Su corona – la granada es la
única fruta coronada – tiene casi curvos los dientes punteros. Eso, indica, que
muy pronto van a estar a punto. Me lo dijo un viejo que sabía mucho del campo y
a quien yo siempre prestaba atención a lo que me enseñaba…
En una ocasión, me apuntó,
cuando veas la nube de Alcalá, esa que se forma, en las tardes de calor, entre El Torcal y la Sierra del Valle, que es
como un coliflor grande, primero, de color blanco y, luego, al poco tiempo,
gris oscuro… pues dentro de un rato, si se une con otras, tronará. Eso es una
seña de tormenta segura…
Yo le pregunté si en el campo
había algo seguro. Me contó que nunca hay dos años iguales, pero hay señas que
no fallan nunca. ¿Ves? Me apuntó a la Sierra de Mijas, - que estaba de azul
radiante – si aparecen las gatitas – nubes blancas que juegan al escondite –
antes de tres días cambia el tiempo… O agua o viento.
Me enseñó, también, que cuando
va a venir una tormenta los animales se muestran nerviosos. Las vacas las
primeras que detectan la electricidad en los cuernos y los mulos están muy
inquietos. Las cabras dan bandazos sin sentido y, de pronto, se echan a correr
o se arremolinan entre ellas como
dándose protección ante algo que se le viene encima.
No me dijo nada de los mirlos
espantados y cacareantes. No me dijo nada de otras cosas pero sí sabía cuando
ladraban los perros por las noches si labraban a una zorra que venía de
cacería, a otro perro que transitaba por allí o es si es que venía alguien por
el camino… y, cuando el autillo, está ahí, en la casuarina y emite esos
gruñidos, entonces, los niños se tienen que dormir porque hace rato que ya es
de noche…
lunes, 23 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cerro Gordo
En verano se va - el sol - por la sierra de Mijas; el
espectáculo, soberbio. Algo increíble… Lo he visto muchas veces. Sé de qué hablo. Pero hay otro, con el mismo
protagonista, aún mejor…
¿Me permites el consejo? Sube hasta Cerro Gordo – Punta de
la Mona entre La Herradura y Maro - pasado el solsticio de invierno a finales
de diciembre o primeros de enero como más tardar. Si tienes la suerte que
coincides con luna llena, entonces, el espectáculo de los que difícilmente se olvidan.
La luna se eleva por detrás de la sierra de Almijara y el sol se hunde, poco a
poco, en el horizonte. Baja lento, suave, despacio; lo engulle el mar. Pongamos
que hablamos del mar de Alborán. El cielo se torna violeta, rojo, naranja,
amarillo, rosa... Imposible intentar describir el espectro de colores. Debes
comprobarlo por ti mismo. Acurrúcate al abrigo. Oye el silbo del viento entre
los pinos. Abajo, el mar profundo viene una, y otra vez, y otra vez, contra las
rocas. Déjate acariciar por la noche que llega solapadamente... Las traiñas, en
la lejanía, encienden la luz de pesca...
Debes
saber que estás en un Paraje Natural Protegido. Para tu buen conocer sólo dos
pinceladas. En tierra, al igual, y sin saberlo te has topado con las especies
de Limonium malacitanun y los Rosmarinus tormentosus; en la milla
marina que se adentra en el mar fondos de Posidonia oceánica y Zostera
marina forman praderas de gran riqueza y complejidad biológica por las que
nadan, a sus anchas, la morena y, entre las rocas, el mero. Dice el refrán que
“de la mar el mero y de la tierra el cordero”, pero la avaricia y la pesca furtiva
casi los acabó. Cosas de los hombres...
El
paisaje merece la pena. Hay que detenerse; contemplarlo sin prisas. Sube hasta
la torre vigía. Se construyó en el XVI para paliar la indefensión de labradores
y pescadores. Con señales de fuego, ahumadas durante el día y candelas por las
noches podían recorrer, en varias horas, cientos de kilómetros. Ya sabes, la
supervivencia...
Te
llevarás, también, la sorpresa de ver, ¡ay!, como el mal entendido progreso
devora a dentelladas - ladrillos y cemento – inexorablemente, el monte y trepa
y trepa, ladera arriba hasta que no les quede ya un solo palmo por destrozar…
domingo, 22 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Otoñada
Juan de Yepes, el fraile
rebelde, nacido en la paramera de Ávila entre Madrigal de las Altas Torres y
Arévalo, amigo de Teresa de Jesús: - “Vamos,
Juan que no se avergüenza la dama y se avergüenza el caballero”- , le dijo un
día, que anduvo tierras y campos, escribió aquello de “mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura…”
Se ha echado Dios al borde de
los caminos; a orillas del río; a la coronación de las lomas… Ha nacido un
manto suave y sutil. Es un manto verde como de terciopelo recién salido de la
Mano, esa Mano que todo lo dirige y lo manda y lo ordena…
Se ha salido Dios del alcance
de los humos de las velas, de las penumbras de templos sombríos donde huele a
humedad y a frío, a distancia que no se
termina nunca, a lejanía entre el ‘abajo’ y el ‘arriba’. Se ha bajado de
altares donde anida el polvo en sus cornisas y el tiempo viste con pátina de
pasado por los días que acumula la Historia.
Está Dios a pedir de los campos
que esperan sementeras tempranas, de olivos con tallos ahítos de aceitunas, de
naranjales que viran de color, de
pajarillos que saben que vienen los fríos del invierno y buscan cobijo en las
tierras cálidas del Sur…
La lluvia reciente, la lluvia
que no trajo bajo ella la ruina y la tragedia, sino la otra, la lluvia mansa:
“descenderá como lluvia sobre los campos, como el rocío sobre la tierra” ha
dejado una sonrisa de vida y el campo ha cambiado su cara. Esa cara que vemos
cada mañana cuando apuntan los rayos del sol por el oriente…
Está el campo precioso. Anuncia
otoñada temprana. Pregona que nace la yerba nueva. Mejor, apunta con brotes
minúsculos, esos que rompen y resquebrajan los terrones de los barbecho o se
abre cielo entre los pedregales de las herrizas, entre yerbajos secos y
agostados por las calores del verano…
Está Dios a pedir de campo.
Juan de Yepes, el fraile rebelde, que les decía antes, nos lo dejó apuntado
hace tanto tiempo que casi lo habíamos olvidado. Sí, somos frágiles de memoria.
Lo dejó dicho muy claro: “…. y yéndolos mirando, prendados los dejó de su
hermosura”.
viernes, 20 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ambos dos
Hoy hace quinientos años. El 20
de septiembre de 1519 las naves:
Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago ven por última
vez tierra europea, en Sanlúcar de Barrameda, antes de comenzar una de las
hazañas más grandes hasta entonces conocidas. Iniciaban – sin ellos saberlo –
la Primera Vuelta al Mundo.
Fernando de Magallanes, portugués
nacido en Sabrosa, le presenta un
proyecto a su rey, Manuel I. Le propone buscar una ruta alternativa a la Ruta
de las Especias navegando hacia el Oeste. No le hacen caso. Le autoriza a
negociar con otros ‘posibles compradores de la aventura’. En Valladolid firma
las Capitulaciones, o sea, las
condiciones con Carlos I, el Emperador.
En Sevilla se concentran los
componentes de la expedición. Llevan de todo lo posible –hasta una vaca que les
diese leche - para subsistir en una expedición que iba a durar un cierto
tiempo. Es el 10 de agosto de 1519, poco más de un mes anterior a partir.
Entre los componentes se
embarca uno que sabe mucho de mar. Es vasco. Había nacido en Guetaria –
curiosamente murió, cuatro años después
de completar la hazaña, en 1526, en el Pacífico, lo que viene a decir, que la
aventura iba en sus genes -. Se llama Juan Sebastián Elcano.
Desde el Sur de Brasil exploran tierras desconocidas. Todas las naves caen, por una u
otra causa, en la travesía. Solo la nave Victoria volverá, después de haber
descubierto, el Estrecho de Magallanes, en la Patagonia, donde ven el fuego de San Telmo, árboles, pájaros y
animales nunca jamás vistos.
Hambruna, escorbuto, sublevaciones, penalidades. Antonio
Pigafetta narra el viaje .Curiosamente no nombra en ni una sola vez a Elcano.
En la isla de Mactán luchan
contra los nativos. Muere Magallanes y nombran a Elcano, jefe de la expedición.
Atraviesan el Índico, bordean África. Tres años, después, llegan a Sanlúcar,
continúan viaje hasta Sevilla. El 8 de septiembre de 1522 desembarcan en
Sevilla, “en camisa, descalzos con cirios en la manos y en procesión van a la
iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la capilla de la Virgen de la
Antigua en la Catedral”.
Había partido unas expedición de 239 hombres; vuelven
18; un puñado de fantasmas.
El rey concede escudo y título
a Elcano: “Primus circundidiste me” (El primero que me diste la vuelta). Algo inaudito, único… A eso se le llama
hazaña.
jueves, 19 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Entre amigos
Septiembre huele a
nardos y a Virgen de Flores; a piar de abejarucos, que van y vienen en tardes
largas y plomizas de este final de estío. Hay una columna de nubes de tormentas
por las sierras lejanas.
Esta
tarde me he ido, por el Hacho, con Andrés y Paco. Hemos dado un paseo largo.
Dejamos el coche en la coronación del Puerto. Primero, a la derecha, hacia el
Monte Redondo; luego, hacia la coronación del monte. Entre el columbrar de las nubes y el aire de
levante las hojas de los pinos han cambiado de brillo y de tonalidad varias
veces. Se olía a tomillo, a campo. Está
crecido el esparto. Se han secado los cardos.
Comenta
Andrés que no se escuchan pajarillos. Hay
un silencio raro. Esos silencios de vacíos en que los pájaros por se sabe qué
extraña razón de se quitan de en medio. Parece que se ocultan en las ramas de
los pinos, entre las oquedades de las areniscas que ha horadado el viento.
Al
llegar a la cumbre un grupo de gente joven se prepara para saltar en parapente.
Bromeamos. Piden algún voluntario que les acompañe en el salto. Declinamos la
invitación. Mejor para otro día. Es un espectáculo ver cómo luchan en la salida
contra el impulso del viento… Luego, el vacío. Todo bajo sus pies es inmenso….
Paco se acerca al borde del precipicio. Paco es quien está más en forma de los
tres. Siento como se agarra en la garganta el vértigo…
Lo
de la Dana en la zona de Levante aún colea. He leído que un Director General de
no sé qué se fue al teatro en plena hecatombe; una alcaldesa, a una despedida
de solteros (a lo mejor hay que escribir, solteras. No sé. Estoy confundido)
también cuando la gente se las andaba con el barro casi en la cintura…
Regresamos adonde el coche. Dos aventureros, con caravanas espléndidas nos preguntan si pueden
aparcar allí. Piensan pasar la noche. Les decimos que no sabemos… Están los
olivos con ramos de aceitunas. Piden
ordeño. En la televisión leen la sentencia contra esa pobre mujer que ha sembrado
tanto dolor en las almas de la gente normal. No sé qué va a decir el Jurado. La sociedad
tendrá que apartarla. Gente con la mente
así...
miércoles, 18 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Atlas de Juan de la Cruz
Cuando éramos niños una de las
ilusiones que albergábamos era tener un Atlas de Salinas. Allí aparecían los pueblos que eran unos puntos negros;
las ciudades, los mismos puntos pero más
grandes y rodeados con un círculo; los ríos hilos azules muy finos que iban al
mar; las montañas, manchas marrones; colores amarillos de diferentes
tonalidades, las llanuras; verdes, depresiones.
Ha publicado Juan de la Cruz –
Juan de la Cruz Vázquez Pérez – un atlas de su vida en el deporte. De profesor y entrenador a gestor deportivo
(1960- 2013) Ed. Círculo Rojo. 2019. Cuarenta y cuatro años de su vida en
relación con el deporte. Hay momentos, en la lectura donde uno no sabe quién de
los tres habla. La persona, el entrenador o el gestor. A lo mejor, como aquello de la publicidad son
los tres en uno.
Decía el Maestro Alcántara que ‘entre
el mirar y el ver se queda el viento’. Uno no sabe en qué momento de su vida,
al menos en la ‘lectura’ de ese atlas, está la vida personal, familiar, o la que
se comparte con los amigos. Uno se queda con la curiosidad – espero que en
cuanto nos veamos me lo aclare – en qué lugar del camino entre Granada y
Málaga, puso ese punto donde dejar reposar
la cabeza, o puede que ni para eso tuviese tiempo en una vida tan llena, tan
pletórica, como la que nos cuenta línea
a línea.
Hay una nómina extensa de nombres.
Algunos, recientemente - el Campeonato Mundial de Baloncesto los ha sacado a
relucir - tuvieron una relación directa profesional y humanamente con él. Puso los espartos para que, alguien de los que
él inició hoy engrosen la lista de los prohombres del deporte español.
Hace gala el autor de una
memoria prodigiosa y, lo que es más, de
un archivo enorme donde, como la hormiguita de la fábula, almacenó información
que, ahora, ha sacado a la luz y que de
no ser por él habría quedado en el olvido.
Mucho le debe el deporte a este
hombre. Sus amigos, la afabilidad con que siempre nos ha acogido. Alora, su
pueblo, el reconocimiento a un hombre que ha llevado su nombre mucho más allá
de los límites donde algunos creen que terminan los pueblos. Gracias, Juan.
martes, 17 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. En casa
Mediodía. Subo por la cuesta del convento. En el olivar
que orilla el camino una cuadrilla ordeña los olivos. Hablan entre ellos. Tiempo
de verdeo. Las aguas recientes han dado la madurez a la manzanilla. Están los
tallos ahítos de fruto y piden salmuera y aliño y todo eso que las hace que
sean diferentes; las moradas, luego, cuando pasen unos días, al molino.
Comienzan
a alargarse las sombras. La tarde llama con los nudillos en la puerta. Ha cambiado la tonalidad de la luz. Cielo
entoldado. Sopla la brisa. Hoy es casi vientecillo, ese que muchas veces sopla
en la explanada del Santuario. Entro. No hay nadie. Silencio. Me siento donde
siempre. Le recuerdo a Ella, la anécdota que contaba – entonces aún era don
Manuel González – del amigo que se sentaba y sin mediar palabra decía: ‘aquí
está Juan’ y echaba un cigarro…
Aleteo
y arrullo de palomas en el alfeizar de la ventana; al otro lado de las
cristaleras ulula el viento. Se cuela por
las rendijas. Llega a esos rincones donde solo se entran las capas de polvo, los ratones y él, el
viento. Se destila paz.
Ella,
ha regresado. Una temporadilla en el pueblo. Como las madres cuando van a visitar
al hijo que vive lejos. Están unos días y, después, a su casa. De aquí no se va
mover en todo el año salvo que ocurra algo excepcional, muy excepcional y solo entonces…
A uno, Flores, le refresca mucho la mente. Profusión
de elementos ornamentales simbólicos del Antiguo Testamento. Hablan de María: ciudad de Dios, rosal de
Jericó, torre de David, fuente, ciprés de los montes de Hermón, árboles, lirio
entre espinas, arbustos, pozo de aguas
vivas, huerto cerrado, espejo sin mancha, escalera (Tú eres la escala del cielo para subir a la gloria, que le canta su
himno)…, y, sobre todos, las advocaciones del Cantar de los Cantares: “Eres
toda hermosa…”
Siempre me he preguntado quién sería el fraile
que tuvo el acierto de poner el arco toral: “Las flores aparecieron en nuestra
tierra”. Desde el camarín se irradia luz. Físicamente llega a la mediación del
templo. ¿La otra, la luz espiritual, quién sabe hasta dónde llega?
lunes, 16 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Gurugú nuestro
El Hacho es a nosotros como el Gurugú a
Melilla; el Pan de Azúcar a Río; el Moncayo a Aragón, o el Monte Igueldo a San
Sebastián. Bueno, para que no se pique nadie o como el Sacre Coeur a París…
Rara vez tiene puesta la
mantilla, o sea, coronado de nubes. Si está, agua segura. Las borrascas vienen del
Estrecho; dejan lluvia. Hay otra manera de llover. La que viene de la mano de
las gotas frías. Eso no es lluvia; es mala leche.
Si el día está claro y en
invierno, a lo lejos, en línea recta, Sierra Nevada. Su blancura la delata.
Desde el Monte Redondo – solo un poco desviado, a la derecha, y por donde se va
el sol cada tarde, si no hay bruma, abajo, la Bahía de Málaga. Esa por la que
el Maestro Alcántara veía los barcos venir. Esa, esa.
El Hacho tiene muchas caras diferentes: un
cuchillo abierto, una meseta en forma de trapecio, un semicirco… A veces, la
erosión juega con la roca y aparecen figuras caprichosas: un búho, un perro que
mira al cielo, o una puerta que podría ser la puerta de una iglesia.
Cuando las sombras quieren, en
ocasiones, puede aparecer la mismísima efigie de Gizeh, o un Buda gigante
sentado que agita los brazos para llamar la atención desde la lejanía. Cuando
niños, en una oquedad veíamos los pulmones de Señor, ahora, de grande, me pregunto, y porqué éramos tan enrevesados viendo esa cosa tan
rara si nunca habíamos visto los pulmones de nadie, vamos, digo yo.
Subir por el Sabinal y los
Cortigüelos es un paseo largo y agradable; si se faldea, desde la Fuente de la
Higuera, muy placentero; si se sube por La Viñuela del Soldado pone a prueba la capacidad física y
si se hace por el ‘Cuchillo’ lo que pone a prueba son las gónadas cuando, abajo,
se ve el vacio. Todo, cuestión de gustos.
A la bajada, si se quiere, como
a pedir de mano, Málaga, a 40 km.;
Madrid, quinientos y pico; a más 6.600 Nueva York; El Cabo de Buena Esperanza,
11.565; el Cabo Norte, donde si se da un paso al frente, al agua, 5.414…, pero
ya se sabe, eso si se dispone de tiempo, y si no, un chorizo al infierno y un
Carbonell, en El Madrugón… Háganme caso, - porque todo eso lo he probado - no es mal
consejo.
domingo, 15 de septiembre de 2019
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora.Feria
La Feria importante era la
Feria Real, a principios de agosto. Había otra, en septiembre: 20,21 y 22. El
último día, la Romería. La Virgen iba al convento; volvía por la tarde. Se refundieron las dos. Del ocho al once. Y, después…
En la Feria Real, por la
mañana, la de ganado; por la noche, carricoches, tómbola, casetas de turrón,
baile con una orquesta (a cualquier cosa se le llamaba orquesta), circo con leones; a veces, ni eso…
Los bares sacaban las mesas a
calle. Cerveza caliente, gaseosas de Inesita, media de vino, ‘cuartos’ de
garrafón… La patulea se sienta en la puerta del ‘Salamero’; ‘Gilena’, de
camarero:
- ¿ Qué va a ser…?
-
Fanta, café con leche, gaseosa, coca cola, un
vasito de vino, yo…
Se vuelve. No media, palabra:
-
¡Pepe, ‘ten, pa tó’!
El muchacho, tímido. Estrenaba
blusa de popelín con botones de nácar blanca y pantalón de alpaca que le había
hecho Mariquita,‘la Costurera’. Poco
dinero. Calle arriba y calle abajo… Ella, avispada, en el centro, asidas de los brazos
las amigas. Formaban una trinchera inexpugnable…
-
Señorita, - cuando pudo, preguntó - ¿molesto?
-
Sí.
-
Po -
armado de valor, exclamó – entonces, no me voy…
El paseo siguió. Se prolongaba.
No había manera que la moza se colocase en uno de los extremos de aquella
cuerda… Por no se sabe que conjuración de las fuerzas del averno la muchacha,
por un momento, apareció allí. Era el lugar donde él podría hablarle, dirigirse
a ella, decirle un balbuceo de palabras mal hilvanada y adobadas con más
nervios que hojillas tenía el taco del almanaque…
-
Niña, se atrevió a preguntar, ¿tú de dónde eres?
-
De Poca Agua, contestó, ¿y, tú?
-
De Poco Pan…
-
¡Qué buena carrera vamos a hacer nosotros!
Y la
feria seguía con la noria que daba vueltas y las cadenitas que, cuando la manivela se entusiasmaba, abría el cerco
más amplio y la voz del niño se ahogaba entre el griterío de la gente:
-
‘Hombre, para, para, que me da cosquillas en el pito…’
Y el nombre
de las cadenas no escuchaba. Tampoco, el que empujaba las barquillas, ni el de la ola que hacía sonar la bocina y
anunciaba el final del paseo y de la peseta - ¡qué poco duraba una peseta! - y…
quedaba ¡una menos! del presupuesto de la Feria.
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