jueves, 31 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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(Foto de archivo)

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Folclore






El Folcore – sabiduría del pueblo – recoge el sentir de los lugares más dispersos. Es rico en la montaña de Asturias, Castilla, tierras de Levante, en el Sur, o en las mismísimas Islas Canarias. Encomiable la labor de Los Sabandeños.

Hoy, por diversas causas, mola poco. A pesar del esfuerzo (el primero lo hizo una institución del franquismo, la Sección Femenina); después, muchísimos grupos. Unos con tintes políticos; otros, guiados simplemente por amor a lo que era propio.

A bote pronto me vienen cantautores, algunos, en solitarios: Joaquín Díaz, Pablo Ibáñez, Labordeta, Pablo Guerrero…; en grupo, Nuevo Mester, Jarcha, Nuestra Tierra, Milladoiro... Una amplia nómina, a caballo entre el folclore y la creación propia: Joan Manuel Serrat, Victor Manuel, Sabina, Krahe, Aute, Ismael Serrano…

Los arrieros y los pastores trashumantes, los difusores. En las noches largas de invierno en las posadas del camino la gente cantaba y exponía lo que llevaba dentro. En Frailes, cerca de Valdepeñas de Jaén, he encontrado muestras del folclore de Málaga que fue de la mano de los pescaderos. Lo  llevaron por aquellas tierras en los cujones de los serones de las recuas de bestias en convivencia con las salazones. Algo parecido, en la Sierra de Alcaraz  y en tierras manchegas…

En Extremadura la Trashumancia  lo movió en el zurrón de los pastores. De León bajó,  y pasó por las estribaciones del Sistema Central.  Se adentró  en Portugal por Las Hurdes y Sierras de Gata y la Estrella. Llegó hasta la misma Sierra de Huelva. En  Encinasola, además de la devoción a la Virgen de Roca-Amador – de Francia, a León; de allí, a Andalucía – se muestra en la manera peculiar de su habla que los diferencia del resto de la Sierra…

Las letras de las canciones  tienen variantes. Igual ocurre en la gastronomía, en el comportamiento en el cortejo, en el bautismo, en la boda, o ante la muerte. En cada sitio le dan su pellizco en el tono, en el traje,  o incluso en el mensaje.
Del folclore leonés, entresaco: Esta noche ha llovido / mañana hay barro./Pobre del carretero / que va con carro. Una variante, en los dos versos finales, los cambia por: (…) cuatro pares de mulas / lleva mi carro. Y otra, de Castañar de Ibor: (…) cuatro pares de mulas,  cuatro esquiroles / cuatro días que robar corazones…

Folclore, riqueza y sabiduría del pueblo…




miércoles, 30 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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(Foto de archivo)

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Invierno





Habla el hombre del tiempo de no sé cuántas cosas malas que se nos pueden venir encima. Vienen de la mano del viento, (casi aprendices de huracanes con bigotes crecidos, en algunos sitios), lluvias y nieves que se bajan de las cumbres al llano. Harto de tanta altura quiere el manto blanco de la nieve bajarse al ras del suelo.

Cuando yo era niño “en el parte” de la radio, por las noches, hablaba un hombre con voz ronca de las galernas del Cantábrico. El mar embravecido se estrellaba en los acantilados de la costa y como no había televisión que nos enseñase las imágenes con conformábamos con las fotografía del periódico, en blanco negro, del día siguiente…

 Ahora todo es distinto. Tenemos la información casi  - y sin el casi – al momento. Sabemos de los ríos desbordados, de las carreteras cortadas, de puertos donde las quitanieves trabajan contra los elementos y del tonto de turno, disconforme con todo, que se queja porque según él no le avisaron a tiempo. ¡Cosas!

Esta tarde había concierto de nubes, nubes negras y fuertes vientos, sobre la cumbre de El Hacho. Algunas desafinaban.  Eran nubes de paso. Traían un empuje de cola. A ratos parecía que tenían intención de volverse, como los toros mansos que no son claros.

¡Con la faltita, Dios mío que hace un chorreo de agua calaera y mansa!,  - en eso, ya se sabe, Tú, y solo Tú tienes la llave – agua, que arranca cuando se cierra la noche y se acurrucan lejanas las estrellas, y, entonces, suena  un repiqueteo de canales que acompasan el silencio, y corre por el campo y hace que se llenen los arroyos y los veneros y los pozos, los pozos buenos, porque hay pozos malos y pozos buenos…

Está  abierto el ramillete de flores del almendro. Junto al tronco reseco, al otro lado de la tapia de piedra. “Copos nevados” los vería Cernuda, desprendidos de un cielo alto, del altar de un dios que se llama invierno y que se pone al alcance de los hombres que pasan por el camino. Y grita con su callada quietud que Tú, precisamente Tú, estás ahí, a la espera de quien quiera echar un cigarro con Contigo.



martes, 29 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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(Foto de archivo)

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El mástil de Almuradiel





Almuradiel está conforme se salva Despeñaperros, un poco más al norte, en el camino que lleva, desde Andalucía, a Madrid. Bueno, lo de camino, un eufemismo. Una autovía acerca las distancias; la hace más corta, en el tiempo, de no ser por las limitaciones de velocidad.

El viajero recuerda cuando la carretera, N-IV, pasaba por el centro del pueblo. Aún no era la calle del Doctor Patricio Fernández y  Casa Marcos no tenía el emporio hostelero en la otra orilla. En los comercios ofrecían la venta de queso. Para evita el hurto, el ‘queso’, expuesto en la calle,  era un trozo de madera circular con una imitación perfecta…

Madrid y Málaga se unían en solo “doce horas”. “Cuando terminen la autovía esto será un paseo”. “Ya no habrá que hacer parada en el “Salto del Fraile y en Almuradiel”… Casi todo se ha cumplido. El Viajero sí sigue haciendo la parada en Almuradiel.

Un mástil a la salida del pueblo. Muchas veces se había preguntado. ¿Qué hace un mástil de un barco en medio de esta tierra de tan adentro…?  Se entera que se puso como homenaje a gente que sirvió – como se decía en otro tiempo – en la Marina…

A poco de Almuradiel, - algo más de seis kilómetros, en un desvío de la carretera – el Viso del Marqués. Ata cabos. Don Alvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz y uno de los héroes de Lepanto mandó edificar un palacio renacentista…. ¡Algo único, como el mástil, pero a lo grande, en este lugar! Bellísimo.




Durante un tiempo estuvo abandonado, luego, en 1948 la familia lo cedió a la Marina Española. Acoge el Archivo General de la Armada. El alquiler, simbólico, una peseta al año. La cesión, noventa años…

Dicen que don Álvaro, de ascendencia navarra, mandó edificar allí el palacio porque equidistaba de Lisboa – donde él murió desaconsejando la expedición de la Armada Invencible, pero… – Cádiz y Cartagena. Tres puerto de vital importancia.




El viajero visitó el palacio una tarde tórrida de verano. Llegó en esa hora de la siesta cuando se paraliza todo. Aguardó bajo la sombra escuálida de un árbol… No abrían. Tocó el timbre salió un nombre con cara malhumorada. Debió pensar ¡éstas son horas! …Todo, esperpento. Un mástil  – Minador Marte- , Palacio renacentista, una siesta rota,  Marina Española, Sierra Morena ahí,  Don Alvaro de Bazán, ¡Hay que viajar más!




lunes, 28 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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(Foto de archivo)

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Callejeo









Hay que subir al Castillo de las Torres. No sabemos quién da nombre a quién, si el castillo al promontorio, o al revés. Tiene una cosa cierta. Es la cumbre desde donde se divisa lo que la mente es capaz de soñar.

Se asciende por tres caminos: Calle Carril, Postigo –que se empina para ver mejor el campanario -  o Calle Ancha. Antes,  hay que cruzar la Plaza Baja de la Despedía. Alguien diría que tiene las dimensiones de una plaza mayor. Se queda corto. Es eso y algo más.

Cuadrada, al norte, el soberbio templo de la Encarnación; a sol poniente, el Mirador de Cervantes (porque don Miguel estuvo por estas tierras); al sur, el chorreo de casas que baja desde el Barranco – albaicín blanco y  embrujado – hasta la misma solería de la plaza. A sol naciente, la calle Toro. Luego, un poco más allá, ahí, es donde arranca la  del Carril…

La calle Ancha dicen que era la principal. Se subía ‘oficialmente’ al castillo. Por ella ascendió en Martes Santo de 1624, el rey Felipe IV. Iba camino de Antequera, pernoctó… Antes, en la antigua parroquia de las Torres se cantó un Te Deum; luego, se ofreció un banquete. Las crónicas dicen que ‘sobró de todo y bastante’. El Concejo gastó lo que no tenía…

La calle Postigo  aparece en el libro del Repartimiento. Es, por tanto, la más antigua. Quebrada, empinada. Dicen que su origen  se debe al ‘postigo abierto en el adarve’, o sea, la puerta de servicio por donde se mandaba la gente de la fortaleza. Desde un recodo el campanario de la Encarnación…

La Calle Carril, arranca en la misma Calle Toro, a la derecha. Al principio, edificada en ambas aceras; luego, cuando sale a campo abierto, se pierden  las casas. Es un borde de la muralla –casi toda desaparecida – del castillo y de algunas torres albarranas. Por la parte izquierda el precipicio, el vacie sobre el terraplén, y el miedo de no ser por el murete protector.

Ahora  construyen un mirador. Está en la última curva. Cuando la obra esté terminada el lugar de observatorio será un punto excepcional para ver, enfrente, casi al alcance de la vista, el Cerro del Calvario y en la lejanía el Torcal, y abajo, la vega y el río que se va camino del mar…




domingo, 27 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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(Foto de archivo)


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tiempo





Lo escribió  el Maestro Alcántara – nuestro Maestro de cada día, como el pan, como el cielo, como la luz que nos alumbra – un día de no sé cuánto tiempo: “Por la mar chica del puerto / andan buscando los buzos / la llave de mis recuerdos”.

Málaga. Tarde de invierno. Cielo azul y gaviotas en el cielo. Al fondo la farola – otros puertos tienen faro, pero ya ven, en Málaga somos así y,  aquí, tenemos, farola – se refleja ¿como los ojos aquellos en el espejo? Sí, sí, pero ahora ha preferidos la mar del puerto.

Al fondo, casi donde termina el espigón, tres barcos de esos que mueven las antenas cuando recortan el horizonte y navegan por las costas sin perder de vista ese lugar donde el cielo y el mar simulan que se unen y luego, cuando les parece, entonces miran a la tierra…

¿Dónde el niño aquel que se asomaba al azul en las horas muertas de la tarde? Su madre dejaba pasar el tiempo y el niño que era de tierra adentro, siempre preguntaba,  ¿y, hoy no vamos a ir a ver los barcos?  ¿Dónde aquel parque de palomas que picoteaban las migas en el suelo, y los mirlos que aleteaban entre los árboles frondosos?

Detrás de los plátanos orientales la torre de la catedral, y el bullicio y los guardias urbanos que regulaban el tráfico con un silbato y un casco blanco, y los carros lentos cargados de sacos,  y aquel tranvía que iba a Huelín, o a El Palo… “Un tranvía de sol con jardinera “… ¿Ves?, otra vez tú, Maestro.

Esperaba el tren en la estación. Se iba la tarde. En Casa Catalina, vendían cartuchos de pulpos fritos, y en las barandillas de la explanada ramos de plátanos,  y toritos de muselina tintada de negro, y tú, mamá, me llevabas de la mano,  y hoy, precisamente hoy, que cumplo setenta y dos años te recuerdo, a ti y a papá de quien no sé si lo que afluye a mi mente es realidad o fantasía de niño, y, ahora, cuando  tengo que dejar de escribir porque no me dejan las lágrimas, me parece que siguen, aún los buzos, empeñados en la búsqueda de los recuerdos….



sábado, 26 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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(F. de archivo)




Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: María, la Brava






(María, la Brava, encarnada en el Teatro por María Guerrero)


 María Rodríguez de Monroy nació, siglo XV, en Plasencia, al norte de Cáceres, conforme se enfila  el Puerto de Béjar camino de las tierras charras. Casó con Enrique Enríquez de Sevilla con quien tuvo dos hijos y de quien enviudó relativamente joven. Con su marido marchó a Salamanca. Allí le esperaba la tragedia y la leyenda.

Salamanca desde el siglo XIV está dividida en dos bandos: los de San Benito que integra a la familia de los Manzano y la de Santo Tomé. Cuando la familia Enríquez llega a la ciudad toman partido por los segundos. La Plaza del Corrillo es tierra de nadie o línea divisoria. Los ciudadanos de a pie no se atrevían a pasar por ella. Allí nacía y creía con generosidad la yerba… Se conoce como el Corrillo de hierba.

Un día, 1465,  juegan los hijos de las dos familias. Luis y Pedro son los ‘Enríquez’, un mal golpe por parte de “los Manzano”, da muerte a Pedro, el menor. Temerosos de la reacción de Luis, el hermano mayor, lo esperan en la calle, una emboscada y la muerte. Se lo comunican al padre. Teme la reacción; les aconseja la huida a Portugal.

María, ausente de la ciudad acude tras la noticia. Finge una retirada para llorar la muerte a tierras segovianas. Rearma un ejército de cincuenta caballeros y emprende la búsqueda pueblo a pueblo. Los encuentra, mientras duermen,  en Viseu.  Mal heridos, los remata en el suelo. Les corta la cabeza. Es tal el ensañamiento que el horror hace presa en el séquito.

Vuelve con las cabezas a Salamanca. Corren dos versiones. Una, que coloca las coloca junto a las tumbas de su hijos; otra, que las cuelga en la fachada de su propia casa… El pueblo le pone apellidos propios: “María, la Brava”.

La casa de doña María, en Salamanca, está en la Plaza de los Bandos. En el centro de la fachada el escudo nobiliario de los Enrique; a la izquierda, el de los Monroy; a la derecha, el de los Maldonados. Fray Juan de Sahagún, agustino, hace que se firme la paz, “Acta de la Concordia”, 1476, entre ambas familias. María, “la Brava” está enterrada en Villalba de los Llanos (Salamanca).


Fuente: Félix Carmona Moreno. O.S.A San Juan de Sahagún pacificador y patrón de Salamanca.

viernes, 25 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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(F. de archivo)

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Amanecida





La lechuza llegaba al palomar a altas horas de la madrugada. La lechuza tenía un vuelo sigiloso y los ojos redondos y grandes, muy grandes para ver mejor en la oscuridad. La lechuza venía de otros palomares o de algunos sitios lejanos sin que nosotros nunca nos percatásemos.

Cruzaba bajo un cielo de estrellas frías y distantes en las noches de invierno. La escarcha comenzaba a bajar a la yerbabonita  - que a esas horas tenía cerradas sus flores amarillas - de la huerta y un frío de helor subía hasta la cara y se colaba en los huesos.

De pronto se producía, en el silencio, un ruido sordo, misterioso  y opaco en el palomar. Las palomas intentaban huir de la muerte cercana. La presentían en las garras de la lechuza, en su pico encorvado y duro, en sus ojos penetrantes y redondos, como es redondo el pozo de la muerte, ese maldito pozo que todos tenemos en la mente.

La lechuza iba a lo suyo. La subsistencia le imponía esas visitas a los lugares donde ella sabía que tenía la provisión ganada. Ahora los periódicos hablan de hombres, otros hombres que buscan su provisión en el hambre y en la desesperación de otros donde tienen presas seguras.

A ratos, pero solo de vez en cuando, ladraban los perros. Los perros venteaban a otros perros que andaban por los caminos; a los zorros que bajaban de la sierra buscando alguna gallina que se había quedado fuera del gallinero y encaramada en  el pimpollo del granado de la esquina o entre la frondosidad de los naranjos espera que llegase el día.

Algunas veces, también, bajaban los jabalíes que han perdido el susto y  se acercaban a hozar en busca de las rabizas de batatas. Alguien, de los que vuelven tarde a recogerse, los ha visto alguna noche…  Hay, me dijeron, una madre y lleva una cría de rayones preciosos.

La lechuza se iba del palomar antes del amanecer. La luz del lubricán daba paso a la del alba y, luego, al  día que rompía, desde el otro lado de las montañas azules, entre colores celestes, malvas, violetas… Se apagaban las luces de los hombres y llegaba la del día, o sea la Luz de Dios…




jueves, 24 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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(F. de archivo)

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. No es una calle cualquiera










 “Tu calle ya no es tu calle, que es una calle cualquiera”. Arranca frente a lo que fue el Café de La Balita, de principios del  XX. Lo pone en la puerta. Termina en la del Viento…

Aparece en Escritura, de 16 de julio de 1589, ante Juan Pérez con un censo sobre dos fincas rústicas y una casa en el barrio de las ‘Herillas’ donde se trillaba la mies; eras pequeñas.

 Desde las traseras de la Veracruz hasta la Callejuela existe una calzada protegida por una verja, ocupa  media calle. En la Veracruz – respalda  uno de los laterales del templo -  fue ermitaña la abuela de mi amigo Pillo Lobato.

Allí, también, tuvo su molino de harina “Juanito, el del Molino” – Juan Pérez Márquez – bonachón, y con genio capaz de mover sacas de harina de un montón de kilos. Pasaba horas echado sobre la baranda. En los tiempos de la Transición, hubo quien ya tenía hecho  el ‘reparto’, pasó uno por la calle:
-         “Juanito, a ti no vamos a quitar el molino. Te vamos a quitar la baranda…”

 Ha ‘dado’ dos alcaldes: Cristóbal Pérez  y Antonio López  y casa a los abuelos de un tercero, Epi. El primero dotó de agua corriente a la población y levantó el mercado de abastos; el segundo, el más votado, de la Democracia. Le pudo la responsabilidad; dimitió pronto; el tercero, el que más tiempo permaneció en el cargo, cuatro legislaturas.

Por la Callejuela  -tomó el nombre de Alonso de Padilla, presbítero, hacia la mitad del siglo XVIII -, enlaza con Juan Naranjo. En una esquina, el mejor restaurante de Álora, Casa Abilio; en la otra, nació Diego Beigveder, “Diego, el Perote”, uno de los grandes del cante... y vivió Rafael, “el de los helados”. Una vecina lo amenazó con denunciarlo si seguía con aquella boca. Una mañana aparejaba al borrico. Al apretar la cincha, el animal se movía…

-         “No te aproveches, no te aproveches…”

miércoles, 23 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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(F. de archivo)

"El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante... Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa".

 A. de Saint-Exupéry en 'Viaje al corazón de España'. Fernando García de Cortázar.


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. No está de moda





Se llamaba Juan María Bautista Vianney. Nació en Dardilly, entre Lyon y los Alpes. Hijo de gente del campo; su padre y su madre, pobres – casi normal – campesinos. Tercero, de seis hermanos y torpe, muy torpe. Era incapaz de recordar por la tarde lo que había estudiado y memorizado por la mañana. 
Murió con 73 años. En agosto se cumplirán 233 de su fallecimiento.

De niño va a la escuela del pueblo. Le cuesta aprender; de joven, pegado al cura de la parroquia comienza a despertar su vocación. Quiere ser cura. En el seminario se abre camino a duras penas. Le ayuda Marcelino Champagnat – luego, años después, fundador de Los Maristas – y Matthias Loras, más tarde obispo de Dubuque…



Ordenado por misericordia, lo mandan de cura a un pueblecito  - aldea que no llega a los trescientos habitantes – en la campiña. Ahí aparece el otro hombre. Renuncia a las paupérrimas comodidades que le ofrece la casa que habita el cura. Regala el colchón a un mendigo, duerme sobre el suelo; tiene por enseres una mesa, una sartén, una mesa vieja y una silla… No come apenas; casi no duerme. Horas y horas de oración.  Comienza a extenderse entre la gente que el cura, es ‘otro tipo de cura’.

Su capacidad para escuchar; saber qué es una cosa qué es otra; y, la humildad hace que la gente comience a acudir ante él. El confesonario  - prácticamente lo vive todo el día – es el lugar donde él transmite. Administra el Sacramento de la penitencia y da consuelo humano a quien llega.

Su vida, pura mortificación. Ars deja de ser Ars. Acude la gente en masa. Todas las clases sociales y de todos sitios. Sabe discernir quién es quién.  A todos, por igual salvo a los enfermos; tienen preferencia.

 Su vida es vida de oración y sacrificio. Eso, no está de moda. Ese mensaje hoy no vende… Está plagada de anécdotas. Una viuda acude atribulada. Su marido se ha arrojado a un río. Entre la multitud, el cura se dirige a ella: “entre el puente y el río hay un trecho…”


Después de él, pues eso... Ars no tiene ya nada que ver… Hoy me ha dado por escribir sobre este hombre. A veces a uno se le ocurren unas cosas…

Fuente: El cura de Ars. Bruce Marshall.

martes, 22 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ciudad del Paraíso








Era una tarde de azul y brisa, una tarde limpia de invierno sin nubes en el cielo, sin gaviotas sobrevolando, sin gente en el rebalaje de playa.  Una tarde de silencio y regusto interior. En la lejanía un barco. Un carguero que va a alguna parte. Juega con el horizonte porque toda la inmensidad es suya.

Esperan los sombrajos en la arena. Dentro de unos meses vendrá a tostarse la gente y a salarse los cuerpos con la salina que regala el agua. Dormitan los artilugios que tienen su utilidad cuando el sol calienta desde antes de asomar por el horizonte.

Dirá el periódico, entonces, porque será cierto,  que por no sé qué cambios climáticos las temperaturas del agua del mar hacen que proliferen las medusas. ¿Sabe alguien qué puñetas hacen las medusas en invierno cuando no hay bañistas y no molestan  a nadie? Serán días de opiniones en las tertulias y la radio recogerá las quejas de mucha gente.

Las sombras de la tarde han abierto sus alas. Los edificios hacen que el sol en estos meses cortos levante antes el vuelo y se vaya de recogida por los montes del otro lado de la bahía y, ahora, todo sea un  hálito corto, muy corto de vida que dura lo tarda en llegar las luces de la atardecida.

Me acuerdo de chascarrillo. El turista americano se las anda por las tierras de España. Visita las catedrales de León, Burgos, Sevilla y la Sagrada Familia de Barcelona. Un cartel, bajo un teléfono dorado, informa en todas que por diez mil euros se tiene llamada directa con Dios…. En Málaga, el coste es de un euro. Llama a un monaguillo, le pregunta al niño, el porqué de la diferencia.
-         Muy fácil, usted está en la Ciudad del Paraíso, esto es Málaga, y aquí la llamada es local.

“Ciudad del paraíso”, la vio Vicente Aleixandre. A veces le vuelve la espalda al mar, pero no a Dios que baja cuando lo tiene a ganas, como esta tarde, a darse un paseo por el azul de su cielo…









lunes, 21 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora .Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Chineros



Había, cuando yo era niño, un chinero en casa de mi madre. Bueno, para ser exactos, dos. Ocupaban el testero, al fondo del salón, a ambos lados de la litografía grande del Corazón de Jesús que estaba el centro.  Sigue, también, allí  la chimenea que no se encendía nunca porque hacía mucho humo.

Los chineros eran dos alacenas con poca profundidad. Estaban protegidas por hojas acristaladas y cerrados con llave. Los niños veíamos las piezas pero no podíamos tocarlas porque eran frágiles, tan frágiles que ‘hasta pueden darles un aire y se rompen’.

Allí se ‘encerraban’ piezas de cristalerías, algunas con filigranas bordadas, preciosas que imitaban flores,  porcelanas más o menos  - más bien menos – valiosas en cuanto al valor material pero no en el afectivo. La vajilla, contenía un montón de piezas; platos hondos, llanos, otros que decían que eran de postre;  una cafetera con un pitorro muy largo y una sopera con la tapadera ribeteada.

Se estancaban varios juegos (al menos así los llamaban) de café, con una jarrita para la leche y un azucarero con una pirindola para levantar la tapadera; unos servicios de té (uno era colorado intenso y tenía los bordes  dorados.  Le daba un aspecto oriental y diferente); otros, blancos,  y las figurillas como de marrón desleído y suave.

Los chineros no se abría nunca. Mejor, casi nunca. Solo cuando se hacía una limpieza a fondo en la casa. Entonces, con sumo cuidado, se desmotaban las piezas que, generalmente, para aprovechar el poco espacio estaban unas sobre otras o justo al lado, se sacaban y se ponían sobre la mesa larga del comedor. 
Mi madre, extendía un paño blanco sobre el que las depositaba para evitar dañarlas. El cuidado para moverlas era extremo. Casi siempre se rompía alguna y entonces la contradicción y el disgusto era grande.

Los chineros, desde que se fue mi madre, siguen allí impávidos. Una leve capa de polvo, filtrada por las rendijas de las portezuelas se ha acumulado sobre platos, copas, vidrios, figurillas… Esta mañana me acerqué a buscar un libro. La casa sigue cerrada y yo he tenido un nudo en la garganta durante un rato largo. Se humedecieron los ojos y flotó una pregunta sin respuesta….




domingo, 20 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Día de invierno




Día gris; frío. Nubes altas. Cuando se echa el viento, a ratos llueve.  Una lluvia desganada y casi forzada. Baja a tierra con el compromiso de quien tiene que hacer algo contra su voluntad. Hace un día de chimenea y libro al alcance de la mano. Troncos, crepitar de llamas…

Dice el hombre del telediario de puertos cubiertos de nieve. Son familiares, como el amigo que escribe un par de cartas al año en fechas señaladas, Leitariergos, San Isidro, El Pontón, Pajares… Desde hace unos años falta a la cita la Bonaigua entre Viella y Esterri d’ Aneu . ¿No lo conocen? En verano, algo de ensueño.

La Sierra de la Nieve, aquí, al lado,  entre Tolox y Yunquera – lo recoge la foto de Miguel López Portillo – se ha echado sobre los hombros el mantoncillo blanco…

Se frotan las manos las estaciones de esquí. La información, exhaustiva. Antes solo hablaban de Navacerrada, Sierra Nevada,  y algunas estaciones del Pirineo; ahora, no. Hay sitios donde la gente va a esquiar en León,  en Aragón, o a ese de la Covatilla, en Gredos,  que nos suena algunas veces porque allí, en su cumbre, remata una de las etapas de la Vuelta Ciclista a España…

Sopla, ahora, cuando escribo estas líneas un viento malhumorado. Este es otro que cuando viene del norte. En estas fechas corta la cara como cuchillas de afeitar nuevas. Hiere con profundidad y se filtra por las bufandas como quien toma posesión de algo que es suyo.

Cuando yo era niño, en los libros de Geografía, dibujaban el  invierno como un viejo aterido de frío envuelto en trapos, abrigos y mantas; un sombrero sobre la cabeza. A los niños esa imagen nos llamaba la atención y nos admiraba que la primavera fuese una muchacha joven y aligera de ropas. Ahora que me acerco a la vejez siento compasión por el viejo, quizá esté pensando en un espejo… No sé, no sé.

Día gris. Hace frío. Es uno de esos días que tienen que llegar cada año para valorar lo que se pierde en ocasiones. Está el cuerpo muerto de frío por fuera. Por dentro, en el alma,  el frío es mucho más intenso. No hay nadie bien nacido que no esté tirando de miedo con el pensamiento puesto en un niño de dos años… ¡Ay, aquél domingo! ¡Dios mío, Dios mío!



sábado, 19 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: María Bellido




Calor tórrido. 45º a la sombra; mes de julio. Bailén en las puertas de entrada de Andalucía, salvado Despeñaperros, principios del siglo XIX. Guerra de la Independencia donde se enfrentan dos ejércitos. Uno lo manda el  general francés Dupont, algo más de veinte mil hombres; el otro, bajo el mando del español, general Castaños. No llegan a los veinte mil. Entre ellos Teodoro Reding.

Dicen las crónicas que el calor era agobiante. Los mandos se veían superados para contener a los hombres que buscaban agua para saciar la sed en acequias, pozos o arroyos. En la cañada de la Incosa está el pozo de Don Nicolás o ‘Noria del Sordo’…

Cuando el mito supera la realidad nace la leyenda. Se llamaba María Bellido apodada “la culiancha’, natural de Porcuna. Dicen que estuvo  casada con Luis Domingo, vecino de Bailén propietario de un olivar en las ‘Cuestas del molino’. Al igual que otras muchas  mujeres,  - no existía entonces las Intendencia - acude como aguadora a socorrer a los soldados….

En la estrategia de la batalla, Reding se retira hacia Menjíbar…. No se sabe con exactitud el lugar, al parecer a un lugar donde había  una era en las cercanías de un camino. Cuentan que una bala perdida rompe la vasija de barro en la que María ofrecía agua al general. María no se inmuta; el general, tampoco. En los restos de barro que quedan bebe Reding. En ese momento corre entre la tropa la noticia que valora y mitifica el valor de una y la serenidad del otro.

Luego, cuando los historiadores, o sea los que hurgan en los papeles viejos buscan entre los documentos aparecen una serie de interrogantes que incluso llegan a cuestionar la verosimilitud del hecho. Dicen que en los archivos de Porcuna no aparece nadie con ese nombre y apellido y que era originario de otro lugar. La duda va más allá e incluso tiran la honorabilidad de la mujer  a la que confunden con otra catalogada como de “vida fácil” amancebada con Juan Casado (preso en Jaén, leva de vagos 1787).

Entre su posible nombre figuran: María Inés Juliana Bellido Vallejo;  María Luisa Bellido; María Paula Bellido Ballejos… Sea cual fuere su nombre hay un hecho cierto: era una de las nuestras.

Fuente: Manuel López Pérez. Boletín del Instituto de Estudios Gienneses. 1978

viernes, 18 de enero de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tu que estás en par del río





Álora es ibera, romana, cartaginesa – por muy poco tiempo -  mora y cristina. Álora es eso y algo más. Álora es un compendio de esencia que dejaron las civilizaciones y los viajeros que por los diferentes caminos llegaron hasta su suelo.

Ibera en los alfares del Arroyo Hondo. Ese que baja desde La Viñuela del Solado, entre Uriquí y las tierras que formaban los pagos de la villa. Ese que va hasta el río por el que subieron los fenicios. Buscaban trigo y aceite. Comerciaron con lo que aquí se daba.

Romana en Canca, termas – hoy  solo ruinas-  donde la vida social se curtía en torno al baño, al agua que manaba desde los más hondo de sus entrañas por sus fuentes. Romana en los ‘ilurenses’ que dejaron cantidad de restos arqueológicos esparcidos por las laderas y por las lomas donde crecía con abundancia el cereal.

La ‘Torres de Anibal’, vestigio cartaginés – hoy solo en el recuerdo de dos monedas de oro en el Archivo Histórico Nacional y que yo no he logrado ver – sobre la cañada del Chamizo, dejaban constancia de una vía de comunicación desde  Malaka, en la orilla del mar, y las tierras interiores, al otro lado de la cordillera, en las llanuras que fertilizaba el Guadalquivir.

Mora en su castillo. Antes del año mil ya Abderramán, el tercero, el más grande los Califas de Occidente llega a sus puertas. Va camino del cerco de Bobastro. Luego, - ya se sabe – intentos baldíos de conquista. Fracaso tras fracaso de reyes castellanos. Un romance épico: ‘Álora, la bien cercada’. La muerte del Adelantado… Reyes Católicos, rendición; final de un tiempo.

Cristiana en ese chorreo blanco – albaicín de calles recoletas, íntimas y embrujadas en las noches de luna; en las otras, también, en el barranco – escapado de la Vía Láctea que se esparce a modo de capricho a los pies del Monte Hacho…

Álora, desde las cumbres es una postal que compite en belleza con lo más hermoso que pueda ofrecérsele, o sea, su cielo azul, su vega verde salpicadas de casitas blancas, a sol naciente por los Lagares,  o ese Monte Redondo, pespunteo de montañas por donde el sol entorna la puerta cuando se va el día…