Iban de paso. Fue una falsa
espera. Todo empezó temprano, muy pronto. El Hacho no estaba como otras mañanas
con el azul del cielo sobre sus hombros. No, no. Era un manto de nubes grises,
oscuras, impenetrables, enigmáticas.
Entre los olivares corrió la
noticia. De rama en rama se fueron diciendo que, de un momento a otro, podría venir, que se presentía, que
casi estaba allí… Un poco alta, eso sí, pero que las nubes asomaban con toda la
carga a cuesta.
Hubo un mensaje entre los carbonerillos
comunes, o sea, entre los pajaritos del agua. La verdad que no fue un mensaje
henchido y convincente. Entre ellos se dijeron algo. No trascendió mucho porque
pronto el viento, el viento de levante, ‘el que las mueve’, se lo llevó por
entre las ramas del soto y se perdió en un silencio largo.
Se lo dijeron entre sí,
también, los penachos del cañaveral. Se bamboleaban como niños juguetones que
juegan a perseguirse entre ellos pero solo se tocan con las yemas de los dedos
y cuando parecen que se alcanzan, pues no, se vuelven, otra vez, sobre sus pasos.
Hubo un mensaje entre los
membrillos más punteros, lo que están en las puntas de las ramas. Se dijeron,
entre sí, que como ellos están más altos, es decir, en tribuna alta pues tienen una información
que no les llega a otros, a los más bajeros, a los que están al alcance del
suelo. Luego, ya se sabe…
Entre los mimbrales del soto
corrió la noticia. Todos se dijeron que era verdad, que sí, que era cierto que
sobre El Hacho habían aparecido desde muy temprano, y que sabían que en otros
montes más bajeros también las cumbres tenían un manto gris, a veces tintados
como de plata sucia, y que dentro de un rato ya estaría allí…
Se abrió la mañana. En el campo
corrió, otra vez, la noticia. Era una mala noticia. Las nubes aquí no dejarían
nada de lluvia, porque tenían el encargo de ir de paso y…