La calle Carmen lleva a la mar.
La calle Carmen abre una puerta y se asoma a la orilla. Se asombra.
Enfrente, todo es inmenso. Está la mar.
Hay un murmullo de olas. Sopla un levante suave. Es más que brisa y
menos que viento. Acaricia la cara: es agradable…
Viene a recostarse la espuma a
pie de arena en la playa de la Costilla – porque estoy en Rota – y miro a la
lejanía. Y, comento un imposible. Parece, digo, que allí, en el horizonte,
entre la brumas se levantan montañas. No puede ser. Allí, muy lejos, tan lejos
que… está esa tierra de la que Nino Bravo dijo que cuando Dios creó el edén
pensó en América.
Por la lejanía pasa un barco.
Parece que está quieto; más adelante, otro; y, otro… Es la gente que usa la mar
porque la mar es su camino. Vive en la mar. Es gente a la que no conoceremos
nunca. Van de puerto en puerto haciendo travesías enormes. Los otros, los barcos más pequeños, los que irán a buscar cuando llegue la noche
el sustento de la pesca están ahí anclados; esperan su hora.
Mis pensamientos viajan por el
agua azul que se rompe en crestas de plata. A la izquierda, la realidad me dice
que, entre la bruma difuminada, está
Cádiz. Esa ciudad donde cuenta los milenios como en otros lugares cuenta los
días. Y hay un rizo de olas que van y vienen por la bahía.
Miro y contemplo. No hablo.
Mejor, hablo conmigo mismo sin palabras y me voy de la mano con el niño que
nació tierra adentro y que se sobrecogen y sueña con buques que van a otros
puertos y con sirenas que están en otra playa y con veleros
de velas blancas, y…
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