Iba esta mañana, como cada día, al campo,
temprano. Se me antojaba un día distinto. Amanecía diferente. ( El Maestro
Alcántara dice que el paisaje es un estado de alma; el Maestro siempre lleva razón.) Apuntaba radiante; el sol sobre el Cerro de la
Fiscala tomó posesión de lo suyo.
Están traspillados los rastrojos de las Lomas;
en Virote todo está seco, y el campo da
boqueadas; pide agua. Se arquean las
ramas de los olivos. La aceituna de verdeo está en el compás de espera entre
quedarse en perdigón o en tomar su cuerpo definitivo. La sequía la tiene a
mitad de camino.
Todo está como en tierra de nadie. Ha cumplido
ciclo; aguarda lo que ya llama a la puerta pero aún no llega. El verano espera
al puntillero que lo va a mandar al desolladero del recuerdo. La puntilla
pondrá fin a un tiempo seco y duro. Ha aguantado mucho haciendo la puñeta este
verano que no ha dejado siquiera ni un
mal chaparrón.
Los membrillos del borde de la alberca han
tomado un tinte que quiere ser oro pero todavía asoma el pelillo de la dehesa
que dice que están verdes, que le falta un poco de tiempo para que pasen por el
perol y se conviertan en carne sabrosa y golosa con gacheros calientes para que
los niños inquietos se quemen la lengua.
Bajan las temperaturas por las noches. Son
noches largas y un poco más frescas. Las naranjas viran de color. Del verde
intenso y rabioso de hace unos días ya pasan a un verde más suave. Es la antesala para cuando llegue su color
auténtico y sean pinceladas de color entre
las ramas y las hojas de los naranjos.
Las granadas del vallado maduran poco a poco.
Solo las ratas, que saben que ahí está su comida para cuando dé de corto el
tiempo que nos alumbra, han ido probando las más maduras y han dejado las otras para después pero solo para cuando se termine
el compás de espera de estos días.
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