domingo, 17 de septiembre de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Compás de espera

Iba esta mañana, como cada día, al campo, temprano. Se me antojaba un día distinto. Amanecía diferente. ( El Maestro Alcántara dice que el paisaje es un estado de alma;  el Maestro siempre lleva razón.)  Apuntaba radiante; el sol sobre el Cerro de la Fiscala tomó posesión de lo suyo.

Están traspillados los rastrojos de las Lomas; en Virote todo está  seco, y el campo da boqueadas;  pide agua. Se arquean las ramas de los olivos. La aceituna de verdeo está en el compás de espera entre quedarse en perdigón o en tomar su cuerpo definitivo. La sequía la tiene a mitad de camino.

Todo está como en tierra de nadie. Ha cumplido ciclo; aguarda lo que ya llama a la puerta pero aún no llega. El verano espera al puntillero que lo va a mandar al desolladero del recuerdo. La puntilla pondrá fin a un tiempo seco y duro. Ha aguantado mucho haciendo la puñeta este verano que no ha dejado siquiera ni un  mal chaparrón.

Los membrillos del borde de la alberca han tomado un tinte que quiere ser oro pero todavía asoma el pelillo de la dehesa que dice que están verdes, que le falta un poco de tiempo para que pasen por el perol y se conviertan en carne sabrosa y golosa con gacheros calientes para que los niños inquietos se quemen la lengua.

Bajan las temperaturas por las noches. Son noches largas y un poco más frescas. Las naranjas viran de color. Del verde intenso y rabioso de hace unos días ya pasan a un verde más suave.  Es la antesala para cuando llegue su color auténtico y sean pinceladas  de color entre las ramas y las hojas  de los naranjos.


Las granadas del vallado maduran poco a poco. Solo las ratas, que saben que ahí está su comida para cuando dé de corto el tiempo que nos alumbra, han ido probando las más maduras y  han dejado las otras  para después pero solo para cuando se termine el compás de espera de estos días. 


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