Llegó no como el pan recién
salido al alba con las claras del día, no. Llegó a eso de media mañana. No es
pan, pero es tan bendito como eso que se
amasa con harina, sal y agua y se hornea y hace la delicia de la mesa. Es un libro, el noveno de poesía en palabras
de su autor, y el décimo segundo de su cosecha literaria…
El trigo de Antonio Vergara se
ha derramado generoso en la siega de sus versos. Antonio es un hombre
diferente, distinto. No es satírico pero lleva la ironía como el maestro José
Tomás lleva el peligro en el pliegue de la muleta. Yo dije de él en una ocasión
que, de haber vivido en otro tiempo, habría tenido sitio propio en un cuadro de
El Greco.
Verdad
Desnuda que así se llama refleja al hombre. Antonio se codea con el
mundo del arte, o sea, flamenco, copla o
verdiales, como lo hace la brisa que saluda al sol cuando apunta por la cresta
de los cerros. Antonio Vergara no tiene un encasillamiento en un apartado
determinado. No. En cualquiera tiene el sitio, ese lugar que solo se le reserva
a los privilegiados; los demás, admiramos.
Apunta en esta obra – al menos,
a mí me lo ha parecido - un deje de
tristeza, como si se estuviera despidiendo, como quien trae el camino andado y toma
un asentadero y piensa en voz alta y no se lo guarda para sí sino que va y nos
los cuenta y nos pone a pensar, y nos deja con…
“Por tener los ojos cansados /
de tanto otear caminos…” Trae mucho – y bueno – andado este hombre. Está en los
lugares donde la palabra encendida y vehemente va de la mente del poeta al
sentir de mucha gente. Pregonero incasable. Primoroso y escudriñador de la
palabra precisa, oportuna, necesaria… Gracias por el Libro, por tu generosidad
sin límites, por el alma que te fuiste dejando cada día.
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