¿Sabes? Dicen que el otoño ya
sube por las veredas y toma por suyas las ramas los chopos; las primeras hojas
ya están por el suelo. El campo tiene otro manto; arranca cada mañana con su
sinfonía propia; los pájaros han cambiado de trinos.
Aquí, en la orilla, el día
apura los últimos instantes. No quiere irse la luz, pero se va. Está en ese
lánguido latido de quien apura la gota del fondo de un vaso que en un momento
estuvo lleno y rebosó y rebosó y que,
ahora, ya está vacío.
El sol anuncia la llegada de su
hora y que termina del día. Es un sol
dorado. Lo envuelve todo en otro color. En el horizonte hay pinceladas de tonos rosas. Son tonos intensos, suaves, dulces…, según qué sitio. El sol no renuncia a su aureola dorada y se
baja, poco a poco, hasta sumergirse en el horizonte. Ya termina por hoy.
El mar está en calma. Junto al
rebalaje llegan unas olas pequeñas. Vienen con su tributo en la espuma de las
olas. No hablan con nadie. Simplemente lo dejan acompasado con ese rumor sordo
y lejano. Es un ir y venir que acuna a
la tarde, y emprenden la marcha del retorno…
Entre la arena y el mar
sobresale una vela. Es una embarcación pequeña.
Se eleva envuelta en la bruma. ¿A dónde va ese barco velero? Viene de
alguna parte. Dentro de un rato atracará en el embarcadero. Fondeará junto a
otros veleros y en su bamboleo será una espera de estrellas.
El vigilante de la playa bajó
del puesto de vigía hace un rato. Ha dejado vacío el sillón. Ya no se divisan
sirenas, ni la gente que fue a darse un
chapuzón y, hace un rato, llenaba la arena. Se intuyen los peces grandes – que no pueden verse – y que viven debajo del
agua…
Una pareja – ella se abriga –
contempla el horizonte. Yo, ahora,
cuando el silencio toma sitio en los
sotos y la brisa despeina los olivares y
hay una ausencia que se queda por el aire…, ahora, te digo, frente al mar, se me ha ocurrido
escribirte esta añoranza de otoño…
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