Lo dice el Evangelio. La noche
antes se los llevó a cenar juntos. Buscaron un lugar apartado del bullicio, se
sentaron a la mesa, celebraron algo único y especial. Y dice que, entonces,
tomó pan, lo compartió y le dijo que eso no se quedase allí sino que lo
hicieran por siempre y como recuerdo.
Hay otra página excelsa. Tiene también el pan por medio.
Estaban a la orilla del lago. La muchedumbre no tenía que comer. Pregunta qué
hay. Le dicen que poco. Vamos más que cerca de la nada y, entonces, manda que
comiencen a repartir y dan y dan y dan. Panes y peces y terminan informando que
sobró de todo…
Hay más. Cae la tarde. Van de
regreso. El sol se oculta detrás de las montañas; el camino polvoriento de una
primavera que apunta. El hombre va solo, se agrega a otros dos… “quédate con
nosotros” le dicen. Hay peligro en los caminos. Hablan de lo que ha pasado esos
días. Se sientan a la mesa, toma el pan y… “lo conocieron al partir el pan”.
Tres maneras de tratar el pan –
en el reparto de la Comunión, nos dicen: “el Cuerpo de Cristo” – y lo tomamos
con la unción como se toma todo lo sagrado. Tiene el Evangelio el mensaje claro
como todo lo que dice el Evangelio, aunque algunos se empeñan en
explicarlo, para que lo entienda todo el
mundo.
Casi el filo de la media noche.
Suena el teléfono. Un amigo me cita a media mañana; vamos a partir el camino. Hay cambio de agenda. Me trae un pan de
tierras gallegas. Mi amigo ha intentado mitigar los calores del verano lejos
del infierno que azota su tierra de abril a noviembre. Se acuerda de los
amigos…
Pan, ¡bendito, pan! ¡Dios mío
que pan hacen por esos mundos que están más allá de las sierras que hay frente
a la ventana de mi casa. Es el pan que hacen en otra tierra; es ese pan que nos
sabe muy bueno porque no lo comemos a diario pero es que, además, es bueno,
buenísimo.
Su propio nombre, "pan", lo deja claro: significa "todo".
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