La muerte sabe a todos sitios.
El dolor y la miseria, también. La Zarza ha saltado a primera página de
periódicos por un acontecimiento que hiela el alma. Parece que la tragedia solo
se da en los lugares grandes. No es cierto. Los acontecimientos lo desmienten.
La Zarza tiene poco más de mil
habitantes. Mucho de minería en crisis y
los vaivenes de los tiempos. Más malos que buenos. Eso forma parte de la vida.
Esa puñetera que cada uno tiene que andar con su caminar cansino.
Repetir lo que ustedes saben es
hurgar en el morbo. Flotan muchas preguntas en el aire. En un lugar tan pequeño
¿es posible que en cuatro días no se eche de menos a una pareja de vecinos?
¿Estamos tan inmersos en lo nuestro que se nos van los detalles de la presencia
de otros?
Pienso en los padres. No sé, ni
me importa su pasado. Su realidad, durísima. Pienso en los niños. Un chaval que
se abre a la vida y tira de los hermanos más pequeños. Dicen que no es la
primera vez. Dicen que ya lo había hecho en otras ocasiones y que nadie se
había extrañado…
Quedan en entredicho algunas
instituciones donde alguien informaba
que habían acudido a pedir ayuda. No pudieron dársela o la que le dieron no fue
suficiente, si no es así es inexplicable la situación creada.
La Zarza está a medio camino
entre Almonaster la Real y el Andévalo. La Zarza está en la sierra de Huelva y
pertenece a Calañas donde alguien al crear el fandango se asombraba de ver
pasar el ferrocarril de madrugada, muy de madrugada.
No sabemos a qué hora llegó la
muerte a una casa humilde. No sabemos cómo van a encaminar su nueva vida ese puñado
de niños. El menor cinco años; el mayor, catorce. Pensaban que sus padres dormían un sueño
profundo. Se me hace un nudo en la garganta. Ante cosas como esta todos somos
culpables. A ver cómo le ponemos, ahora, al niño, ¡por Dios!
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