La catedral es umbrosa y oscura. Apenas entra un
poco de luz de la mañana. Fuera hace un día radiante. La brisa mueve las copas
de los álamos. Los álamos orillan el río al otro lado de la carretera pero la
catedral es húmeda y fría.
El viajero baja unos escalones de piedra, degastados
y lamidos por el paso del tiempo. El
viajero tiene que adaptarse a la oscuridad. El viajero entra en la catedral por
la puerta trasera que es la puerta principal y es la única que está abierta.
En otro tiempo, a esa hora, en el coro deberían
estar cantando Tercia; eso ya pasó. Suena un artilugio mecánico. Parece algo
así como un martillo hidráulico; no cesa. Alguien pulsa el gatillo; pule y lima la piedra. La
catedral está en obras. Un andamio cubre el fondo del trascoro; una red protege
de posibles caídas de cascotes.
En la catedral se une una amalgama de estilos
arquitectónicos. Del gótico al barroco.
Cada tiempo puso su sello. Retablos llenos de polvo; capillas de devociones a
advocaciones diversas. San Judas Tadeo tiene cofradía propia. Anuncian y llaman
al culto. Imágenes con más o menos fortuna en el ingenio de los artistas que
las plasmaron…
Hay un recuerdo memorable a Emeterio y Celedonio, mártires
de cuando los romanos. Dicen que ajusticiados en el mismo sitio que ocupa la
catedral. En esta tierra nació, también, Quintiliano, retórico y poeta.
El viajero espera encontrarse a algún canónigo viejo
y orondo con andar cansino que vuelve del altar a la sacristía para desvestirse
de los ornamentos sagrados, precedido por un monaguillo que toca una campanilla
y lleva una sotana roja y un roquete con lamparones…No es el caso.
Varias parejas están de visita. Dejan unas monedas
en una cajita y se enciende la iluminación del coro, de algún retablo…Hay
pequeñas cartelas escritas en dos idiomas; explican el motivo y el altar.
Encuentra muchas lápidas en el suelo. Confirman que,
la catedral, es cementerio de obispos y
personajes ilustres. Perpetuaron su recuerdo con inscripciones en latín: “Hic
iacet…” El viajero sale con la certeza que el alabastro fue muy usado en otro
tiempo. ¡Ah!, pongamos que hablamos de la catedral de Calahorra…
Cuando estuve allí, estaba cerrada. Quizá por eso entré a "La Taberna de la Cuarta Esquina" a dar gracias a Dios por los alimentos recibidos...
ResponderEliminarSiempre me encantó el gentilicio de Calahorra, que me sonaba a tránsito intestinal fluido: calagurritano.
Esta vez, por culpa de la hora, no pude llegar... Como ya sé el camino porque me lo enseñaste tú..., volveré.
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