España en blanco y negro El hombre trabajaba en el campo;
jornal, escaso. Un peón mal pagado cuando se daba. Caminata de la casa al tajo;
luego, la vuelta. Comida fría; agua de cántaro, casi caldo del puchero según
qué tiempo. Por las noches acudía a una escuela: las cuatro reglas, un dictado
sin faltas, algunos conocimientos básicos.
El hombre se presentaba a un examen para entrar en
la Guardia Civil. Llevaba, además del certificado de buena conducta del señor
cura párroco una recomendación para el capellán “de allí”. En el papel el señor
cura decía que era un muchacho trabajador, formal, serio y de buena familia.
El hombre fue a una Agencia. Desde la Agencia
pidieron un Certificado de Penales a no sabía qué sitio que estaba en
Madrid y desde donde dijeron que además
de ser adicto al Régimen, tenía una conducta sin ninguna mancha y ningún
antecedente que lo hiciera contrario a ingresar en el Benemérito Cuerpo de la
Guardia Civil.
Un día le dijeron que había aprobado el examen y lo
incorporaron a una Academia donde le enseñaron muchas cosas. Un día, también,
juró ante una bandera que derramaría, si era preciso, hasta la última gota de
su sangre por la Patria.
El hombre tuvo un destino en un pueblo de campiña y
luego junto al mar. Conoció calores
caminando por el campo; del cuerpo
empapado de lluvia bajo una capa que
pesaba una enormidad y del salitre que
cortaba la cara en las noches de invierno de servicio en la playa… Supo que
había gente buena y gente mala.
Un día al hombre le llegó un nuevo destino. Era un
lugar de caseríos preciosos, con mucha raigambre y con gente muy trabajadora.
Era gente que quería mucho todo lo que era suyo; era gente recia. Entre aquella
gente, también, había otra gente.
A su casa – a la casa donde vivían sus padres –
llegó una tarde una pareja con un telegrama en la mano. Tenían, también, la
cara descompuesta. Llegó también el alcalde y mucha gente, mucha gente, mucha
gente. Todos lloraban aquella tarde.
Hace unos días ha saltado la noticia. Un capitán y
un puñado de guardias civiles detenidos por un montón de cosas feas, muy feas.
La Guardia Civil no merece eso. En el aire flota una pregunta sin respuesta:
¿por qué?
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