Anda la gente joven inmersa en los exámenes de
selectividad. Nervios; preocupaciones. Dice el periódico que la situación es
comparable con los últimos de Filipinas. ¿La culpa? Tanto cambio en las Leyes
de Educación. Comentarios de textos: Valle-Inclán o Almudena Grandes; Kant o
Descartes; Isabel II o Guerra Civil…
Me bullen los recuerdos; un montón. Primeros y
últimos exámenes. Curioso, más vivos los primeros. ¡Dios, qué lejos, todo!
En Antequera fue el arranque. Ahora recuerdo a
Antequera ciudad en la que dormí, en pensión de pueblo, la primera noche que lo
hacía fuera de mi casa como una ciudad muy grande. No había Instituto en el
pueblo; íbamos por ‘libre’. Acudíamos al examen de Ingreso. El instituto se
llamaba y - se llama - Pedro de Espinosa.
El mixto nos dejó en la estación; era noche cerrada.
Subimos, por la cuesta, andando. Unos
niños jugaban en torno a una hoguera junto a una iglesia enorme. Años después
supe que aquella era la iglesia de Los Trinitarios. Las imágenes de la infancia
no se borran.
La habitación
era desproporcionada; destartalada; las paredes encaladas, los techos altos y
balcones grandes. En un rincón, cerca de la puerta de entrada, había un
palanganero, con un jarrón y toallero. Estaba de adorno. El servicio -si se le
podía llamar así- se ubicaba al fondo del pasillo. Del techo pendía una
bombilla de luz pálida y tenue. Aquella noche dormí muy mal.
Después, he vuelto muchas veces a Antequera. Admiro
la monumentalidad que encierra. Siento sana envidia de tanto y tan bueno como
atesora dentro y, en ocasiones, tan desconocido.
Hace unos años que no acudo al Cristo de las Aguas
ni bajo a San Juan, a donde el Señor, ni a la Virgen de la Espera ni a Santa María la Mayor… Hay que hacer algo; no
se pueden perder las buenas costumbres.
Desde Santa María la ciudad parece echada a sus pies; se extiende blanca con pinceladas ocres
en los tejados. Pedro Espinosa, libro en mano, petrificado, duda si seguir la
lectura, admirar un balcón ahíto de geranios de la calle de enfrente o pasear
la vista por tejados, espadañas y campanarios.
En la lejanía siempre ahí, en su sito, la Vega y la
Peña de los Enamorados y la Sierra de la Camorra y la pincelada, en el
horizonte, blanca…¿Qué es aquello? Es Mollina…
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