sábado, 18 de junio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Victoria Kent

Su nombre es algo más que un letrero en una estación de ferrocarril. Su nombre está unido a  la lucha de la mujer del siglo XX  por recuperar la dignidad. Es, también, sinónimo de sufrimiento y  profundo silencio hacia su obra.

Victoria Kent es algo más que un lugar donde se separan las líneas Una  y Dos del tren de Cercanías. Uno, va a la Costa del Sol; el otro, por las tierras de interior, orillando el Guadalhorce, en la provincia de Málaga. ¿Escenificación de su distanciamiento con Clara Campoamor? ¡Tan juntas; luego, tan distantes…!

Victoria Kent nació en el barrio de la Victoria, Málaga, casi cuando acababa el siglo XIX. Hija de padre, de ascendencia inglesa, liberal, casado con María Siano. Del matrimonio nacen cinco hijos. Victoria la única niña. Su madre le enseña las primeras letras.

De tez morena, pelo recogido y lacio; rictus serio y mirada lejana, como perdida. La boca grande; tenía una pequeña verruga por encima del labio superior. La seriedad de cara ofrecía un esfuerzo al sonreír…

Estudió Magisterio en Málaga; luego vivió en Madrid. Fue  la ‘primera’ mujer en casi todo: primera mujer colegida como abogada; primera mujer que participa en la defensa en un consejo de guerra; primera mujer Directora General de Prisiones…

Decidida; la vitalidad enorme. Defiende a los más débiles; si son niños, más. Clama por las otras mujeres. Curiosamente se opone al voto femenino. Piensa en la mujer inculta sometida a la iglesia, a los prejuicios y al marido; la considera con poca formación – años treinta del siglo XX – como para dilucidar por sí misma. Le cuesta el acceso al Parlamento.

En Madrid entra en contacto con María de Maeztu. Hacen una labor encomiable en la Residencia de Señoritas, versión femenina de la Residencia de Estudiantes. Don Niceto Alcalá-Zamora la nombra Directora General de Prisiones. Rompe moldes; elimina grilletes y cadenas; funcionarias para atender a las reclusas; busca la inserción y no el castigo. Humaniza y dignifica…


Después de la guerra, el exilio. En París – en el Bosque de Bolonia – protegida por la Cruz Roja vive con identidad falsa. Luego, México, EE.U. y la defensa siempre de los más débiles, de los más indefensos. La muerte la encuentra en Nueva York. Tenía noventa años; estaba recién entrado el otoño de 1987…

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