El calor durante el día, asfixiante. En las horas de
la siesta, o sea de mediodía arriba se para el campo. Se echan los pájaros. No
transita nadie. Dormitan las cabras en las
sombras de las encinas de la cuesta del pozo. Las adelfas del arroyo
están cuajadas de flores.
De vez en cuando un pequeño, minúsculo tornado
recorre el campo. El tornado corre como alocado que no va a ninguna parte. El
aire a esas horas de la tarde está caliente. Las distintas capas de temperatura
provocan que no esté quieto.
Asoma, despacio, la tarde. El sol tiene menos
fuerza; baja poco a poco en el horizonte. Se retoma la actividad. El campo se
despereza del sopor y espera que llegue la noche. En estos días de verano la
noche llega muy tarde. Cuando el sol hinque
la cresta, de la tierra subirá, todavía, parte del calor acumulado.
Los que van a arrancar los garbanzos se levanta de
madrugada. Los garbanzos no se siegan; se arrancan, mata a mata. La arranca de
garbanzos pone casi el punto final al agosto. Ya se han segado los trigos y las
cebadas; se han barcinado a la era y el grano tiene su sitio en los ‘atrojes’.
Los hombres arrancan los garbanzos aprovechando la
‘blandura’ de la madrugada. Esperan la primera brisa del levante. Es casi noche
oscura. La mata de garbanzos está suave, maleable, los cascabullos en su sitio,
casi se dejan acariciar. Se forman pequeñas gavillas. Una piedra sobre ellas le
da estabilidad. Cuando sople el aire quedarán ahí quietas…
El garbanzal superó las lluvias de abril; creció
verde y no ‘rabió’; el oídium no pudo
hacer de las suyas. Ahora, sobre las angarillas los mulos los llevan despacio a
la era. Los mulos tienen taponados los cencerros; avanzan con paso seguro. La
marcha hace que la carga ofrezca un bamboleo suave a lado y lado.
Las bestias, formada la parva, pisotean las gavillas
deshechas. Se rompen los cascabullos;
los garbanzos son un granero de leguminosas que esperan un destino
seguro. Los primales en proceso de ceba, al amparo de la era, hozan en las
granzas…
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