La luz cada día madruga más. La luz estos días
cercanos al solsticio se levanta muy pronto. Tanto que casi le puede el pulso a la noche. Las estrechas no tienen tiempo a su
paseo diario y salen en tropel y llenan
el cielo.
Hay una hora en la madrugada en la que gira la
oscuridad. Ya no es noche cerrada. El lubricán manda recogerse a las estrellas.
Cantan las alondras en los rastrojos; hay una ligera sinfonía de pájaros que
saludan al día que viene; despierta, de nuevo, la vida.
La mar se pone de un azul diferente. El maestro
Alcántara dice que es “azul vacaciones”. El maestro siempre tiene razón. La mar
está preciosa; se llenan las playas de bañistas. ¿Hay arena para todos? Las sirenas
- las sirenas de Ulises - se retiran mar adentro. Ponen agua de por medio. Lo
ven todo desde la lejanía.
A media mañana la luz juega al escondite por entre
los pámpanos de la parra, entre las hojas de las higueras y entre el ramaje de
las buganvillas. Se asoma como quien tiene recato de sí misma por las equinas
de la mañana. El hombre que trae el pan avisa de su llegada. Toca el claxon de
la furgoneta…
Los colegios están a punto de echar la llave por
fuera. El sol teclea, también, su mensaje en puntos blancos, intermitentes, a
través de las persianas. Aulas vacías, polvo en suspensión, libros quietos en
los armarios. Se aburren las moscas…
Los zagales no se aguantan ni ellos mismos. Los de
tierra adentro piden, a gritos, otra
actividad y quieren salir con la bicicleta al polvo de los caminos, a las
higueras maduras o al remanso del río...; los del rebalaje se mimetizan con la
espumas de las olas que se quedan a medio romper.
Gente tumbada
en las hamacas, algún transistor pasado de volumen. Dentro nos nace el deseo de
abrazarnos como el año pasado, como el
otro y el otro, a algo que este año parece que es hasta más nuevo; o sea, el
“azul vacaciones”.
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