El viajero llega al Cidacos - que también es una marca de conservas, pero a esas, no, al río - después de bajar el
Puerto de Oncala. Cruzó las Tierras Altas de Soria: a un lado Castilfrío de la
Sierra y Estepa de San Juan; al otro, Almarza, Ventosa de la Sierra, Gallinero
de Soria...
El viajero paró después de coronar el puerto.
Oncala, con sus dos barrios de siempre, con su custodia de tapices flamencos
donados por el arzobispo aquel de Valencia potentado y rico por el cargo y por
la Mesta, seguía, en su sitio, desde siempre.
La quietud de la tarde la rompía un rebaño de
ovejas. Esquilas lejanas. Es casi verano. Las ovejas merinas han vuelto de la
trashumancia en tierras manchegas y extremeñas. Allí pasaron el invierno; aquí,
los meses de verano. Ya no hay nieve. Las Sierras de Alba y San Miguel,
vestidas con un manto verde.
El viajero echa pie a tierra. Un panel le informa
cómo se las andan en un intento de recuperar el manto vegetal. El viajero echa
mano al recuerdo y evoca, cuando la primera vez anduvo por aquí y leyó en la
palabra sagrada de Avelino Hernández aquello de que la campana de Oncala tocaba
en las noches de ventisca para orientar a los caminantes perdidos.
Un poco más adelante; antes de la desviación, a la
derecha, a Huérteles, el viajero sabe que camina paralelo al río Cidacos. No lo ve; va encajonado. Acaba de nacer. Es
poco más que un regato. Es pequeño y como zagal envalentonado se precipita
empujado por el terreno.
A contramano, el Linares – el que parte en dos a
Oncala – y bordea San Pedro Manrique y
el Alhama y… El viajero recuerda algo que una vez supo de la boca de un hombre
del campo en su pueblo: “no hay granero que no se acabe, ni pozo que no se
seque; ni cañada que no corra, ni río que a la mar no llegue”.
El sol declina. El viajero está en Villar del Río –
el río es el Cidacos, del que supo antes -. Lleva un agua clara, limpia,
cristalina. Se abre paso entre choperas frondosas Un parque de icnitas –
figuras en latón – invita a la visita. El viajero sigue, ahora, con el río de
compañero…
Leyendo tu narración, me hago complice, hasta el punto de pensar que he ido de acompañante. Tienes que viajar más, para que todos tus lectores lo hagamos contigo.
ResponderEliminarPero necesito conmigo a 'ciertos' acompañantes...
EliminarQué ganas tengo de hacer un viaje contigo, querido Pepe. Para aprender de tu mano, claro.
ResponderEliminarAl revés, Maestro; siempre, al revés.
ResponderEliminar