El Guadalquivir lo propiciaba casi todo. De Sevilla
partían los barcos que iban a América, a Génova o a Flandes. A Sevilla, acudía,
también, mucha gente. Normal, la presencia de genoveses, florentinos y
alemanes. Era la Sevilla de otro tiempo.
Por el río llegaba el dinero. Entonces se le llamaba con otro nombre: se conocía por
oro, plata, mercancías. Era el primer puerto
de España. Vienen pícaros y pedigüeños. Se llenaron los atrios de las iglesias
de mendigos…
Calle de la Troya, de la Carnicería, de la
Gallinería, Güerta del Rey, el ‘malbaratillo” y la Puerta del Arenal...
Cervantes las reflejó en su obra. Dejó
dicho: Allí no manda el Rey; manda el hampa”.
En ese ambiente, finales del XVI nació Ana Caro
Mallén de Soto. Desacuerdo de si en
Sevilla o en Granada. La emparentan con Rodrigo Caro y con Juan Caro Mallén de Soto,
caballerizo de doña Elvira Ponce de León. La consideran, también, “esclava
prohijada por Gabriel Caro de Mallén, procurador de la Real Audiencia de
Granada”. No hay discrepancias en una cosa: fue la mejor dramaturga del Siglo
de Oro.
Luis Vélez de Guevara, en su obra: “El diablo
cojuelo”; la llama “la décima musa sevillana”. Obtuvo favor y protección del
Conde Duque de Olivares; amiga de la novelista María de Zayas con quien pudo
tener un amor lésbico.
Asistió a la Academia Literaria del Conde de la
Torre. Percibió emolumentos por su obra. Es una ‘profesional’ en el mundo de
las letras. Escribió poemas sobre celebraciones y fiestas, algún auto sacramental y obras teatrales (“Valor, agravio y mujer” y “El conde Partinuples”) de enredo, lances
y encantamientos.
Invierte los
personajes en sus obras; convierte a las mujeres en hombres y trató el
mito el “Don Juan”. Se abrió paso en un mundo
dominado por la escritura masculina. Vivió en Madrid donde estaba en 1637; en
1645, aún permanecía allí. Murió cinco años después…
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