Era la bocanada de libertad. Era el aire fresco en
una atmósfera que nos envolvía. Era el escape (¿?) en una España de represión.
Llegaba el domingo por la tarde. Venía de la mano de un pick up pagado a plazos
y un puñado de discos donde el sueño volaba – como siempre – mucho más allá de
la realidad.
Adamo nos ponía los dientes largos. Repetía, una y
otra vez aquello de mis manos en tu cintura y la niña que de cintura y de manos,
nada de nada; de codos, un montón y… Los Brincos hablaban de un sorbito de
champan y de un nuevo amor. Frente a Palacio seguían Los Pekenikes y había
hasta noche de Relámpagos y…
Raphael decía
algo tan bonito como que tu amor llegaba con la de noche. La realidad de cada
día se empeñaba en lo contrario. Confirmó que un claro día se fue…, y que el sol se llevó
juramentos y fe; el sol, ¡puñetero sol¡ siempre achicharrando.
De aquellas cinturitas, ¡ay, Dios!... Algunos peinan
canas; la mayoría hemos optado – no voluntariamente, claro – por la ‘permanente’;
nos sobran peso y palos en la vida. A veces hay reencuentros, y entonces va, y
te dice: “¿te acuerda cuando me pedías salir a bailar y yo que no y que no…? Y va y te confiesa que
se la comían, por dentro, las ganas de decir lo contrario.
Era la estrategia. Cuantos caminos se han torcido por
culpa de algunas estrategias. Sería el destino. Vaya usted a saber qué. España
acaba de pasar por las urnas. Se escuchan declaraciones y más declaraciones.
Todos – sálvese quien pueda – sumidos en
la estrategia.
¿Se los estarán comiendo las ganas, por dentro, de hablar, de dialogar, de llegar a
entendimiento, y la estrategia lo impide? Y digo yo, y ¿si aplican lo del
filósofo de mi pueblo: “todos heridos y, ninguno, muerto”?
Sería una lección sublime guardar los codos, dejar
que la mano se posen en la cintura y que todos sepamos que nada es igual desde
aquel día porque todos soñamos un nuevo amor aunque ya no haya tardes de
guateque.