miércoles, 10 de febrero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Miércoles de Ceniza

¿Ha escampado ya? Dicen que fue lo primero que preguntó Noé cuando lo del chaparrón aquel grande que duró algo así como cuarenta días  - y sus noche, oigan, y sus noches – que a cualquier cosa se le llama llover.

La misma pregunta la hacen algunos de un cierto partido político. Los corruptos – perdón, presuntos - se las andan camino de los juzgados. El caminito va a dejar de criar yerba, seguro; la respuesta la tienen un poco difícil.

Ha amanecido entoldado. Cielo gris; cubierto. Nubes de agua. Luego ni chaparrón, ni paloma con ramito de olivo, ni nada que se le parezca. Solo un rocío para aplacar el polvo de las calles. No dio para más.

Decían los viejos - ¡mira qué saben los viejos cosas! – que si llueve el Miércoles de  Ceniza, la Semana Santa es de agua. Y con el año que llevamos, manda bemoles, que encima los tronos no puedan salir a la calle por cuatro gotas de nada… Manda Otro.

Entra un tiempo de torrijas, pestiños, arroz con leche, natillas de huevo y gachas fritas; bacalao y potajes. Mucho garbanzo, acelgas y espinacas. Anoche, una amiga me hablaba de las ‘poleás’. No tenía ni idea ni de su existencia ni de su composición. Me dijo: leche, matalúva, canela, picatostes y azúcar… ¿Verdad que es para pedir que no escampe?

Ya huele a incienso en la penumbra de los templos. Abrillantan la alpaca plateada. Abren arcones y baúles; desempolvan – “memento homine quia pulvis eris et in pulveris reverteris”, ese, no; el otro – los mantos que huelen a bolillas de alcanfor y a tiempo dormido.


Esta mañana el cielo estaba gris. Amenazó; amagó lluvia, y como es normal por uso y costumbre, aire revuelto y las nubes se fueron en busca de otros cielos. Al fondo, la sierra de Mijas; en medio, la policromía de la mañana; a la izquierda, el Barracanco, o sea, el ‘Albaicín de Álora’ que como el arpa de Bécquer espera la mano que le arranque la música que dormita en sus cuerdas…

1 comentario:

  1. Esta tarde – ahora mismo para ser exactos - me decían desde Tenerife, que estaban en el “entierro de la sardina”. Allí, raramente se preocupan por la lluvia, porque casi nunca llueve. Es otro tipo de vida. Aquí, sin embargo, la lluvia es la vida y los agricultores, algunos están tan desesperados, que ya les da lo mismo si salen o no los tronos en Semana Santa, si a cambio de ello llueve. Sin ser filósofos de título- aunque todos lo son en la práctica – todos comparten la máxima latina “Primum vivere deinde philosophari ...”

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