viernes, 5 de febrero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ítaca

Subo al autobús en la Plaza de Santo Domingo. Línea 146; de Callao al Barrio de los Molinos. El autobús cruza un tramo largo. Recorre ‘varios’ Madrid. Gran Vía, Alcalá, Cibeles; otra vez Alcalá, Ventas; gira en Alcalde López Casero, se adentra en el Barrio de la Concepción…

El autobús es un vehículo nuevo. Está pintado de azul por fuera; los asientos, incómodos; el plástico resbala. La gente, cuando se aproximan a su destino, solicitan la parada; pulsan un botón. La megafonía interior informan en qué calle tiene la próxima parada; la hora; la correspondencia con otras líneas…

Me apeo en la Plaza de Barbados. Es una glorieta nueva. Espaciosa; circular. El centro lo ocupan tres abetos de distinta altura. Tienen una gracia peculiar; distinta. Le dan un encanto verde y permanente. Denotan buen gusto en quien los seleccionó y le buscó sitio.

La calle López Aranda arranca en Arturo Soria; cruza General Aranaz - ¿tendrá también los días contados?- y muere en Miami junto al parque - ya se han vestido de Primera Comunión algunos almendros - en la Quinta de los Molinos. Otros árboles, alineados, orillan las aceras.

Los plátanos orientales lo llevan en su esencia. Son árboles de troncos descascarillados. Es invierno; han perdido las hojas. Sus ramas son esqueletos recortados en el azul del cielo; esperan la primavera.

La calle tiene varios restaurantes, un quiosco cerrado, una frutería, un centro comercial, oficinas; en la esquina de Alegría de Oria una iglesia. Es una iglesia nueva. Es la parroquia de Cristo Sacerdote; solo está abierta en las horas de culto.

El centro de la calle es un pequeño jardín. Está sembrado con evónimos a modo de setos. Recortados; no tienen flores. A trechos, en torno a un olivo, han creado pequeñas plazas circulares, coquetas, casi intimas. Es un lugar apropiado para sentarse a leer un rato cuando hace sol.

Al mediodía un grupo de trabajadores de construcciones cercanas toman el almuerzo. Hablan una lengua desconocida. En otro banco dormita un mendigo. Está harapiento y sucio. En el suelo, a su vera, está echado su perro.


Gorriones; una paloma torcaz…; entre los setos picotean los mirlos. Recojo la maleta, un par de trasbordos de Metro, Atocha-Renfe. Homero Macauley sabe que vuelvo a Ítaca…

1 comentario:

  1. Ayer, te decía, que te estabas despidiendo y hoy, parafraseando a Don Miguel, en su carta al conde de Lemos, te digo que tienes “puesto ya el pie en el estribo”. No sigo con la cita, porque tu no estás - como él lo estaba - “con las ansias de la muerte”, aunque, estoy seguro, que no puedes evitar una cierta amargura – como a muchos nos pasa - al dejar Madrid. Tu suerte, Pepe, siempre te lo he dicho, es que - como Ulises – tienes una Ítaca donde te esperan. ¿Y que será, querido amigo, de aquellos que no tenemos esa Ítaca adonde ir...?

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