Han pasado los años y, todavía, no ha llegado a
Paco; se ha quedado en Paquillo. Paquillo, ‘el Coco’ es una persona entrañable.
Paquillo, ‘el Coco’, o sea Francisco Bravo Acedo es una persona servicial,
solitario y solidario. Siempre está cuando se le busca.
Vive frente a la iglesia. Es decir, echó los dientes
de monaguillo. Tuvo la mejor escuela de pillería que puede tener un niño. Su
madre, Frasquita, siempre tenía ‘candela’ o lo que es lo mismo unas ascuas para
el incensario que servía en los oficios religiosos.
-Frasquita, que me ha dicho Vicente que venga por
candela…
Y Frasquita, paciente, siempre tenía las ascuas
precisas para el niño que había mandado el sacristán y que luego, con el
incienso, aquello a modo de humo sagrado llegaba hasta el mismo viril de la
custodia del altar y subía y subía e impregnaba el templo con el olor tan
propio que tenían los templos de antes.
De grande - en
edad, porque en cuerpo se quedó, como las grandes esencias, en un envase
chiquito - se pegó a la obra. Albañil de profesión. Inconfundible por su voz
ronca y potente. Es un torrente impulsivo. Paco es un barítono fuera de serie
en esa gran orquesta que se forma con la amistad.
Paco es un lazarillo de la Virgen de Flores. Cuando
cae la tarde y las palomas despiden los últimos rayos del sol desde los
alféizares de las ventanas del convento es muy normal encontrarse con Paco en
la penumbra del templo…
Si un colectivo de manos aúpan la peana de la Virgen
para colocarla en el camarín, allí están las suyas. Si hay que trepar en las
alturas a la hora de colocar los doseles de la novena, ahí está Paco, si hay
alguien pegado en las sombras del trono de la Virgen, sin protagonismo, sin
demandar nada de nadie…, allí está Paco.
Paco, Paquillo, ‘el Coco’ es un fumador empedernido.
Su casa tiene un número emblemático… ¿Será por eso? Paco es un hombre “en el
buen sentido de la palabra – y cito a don Antonio Machado –, bueno”.
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