jueves, 11 de febrero de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Paquillo, "el Coco"

Han pasado los años y, todavía, no ha llegado a Paco; se ha quedado en Paquillo. Paquillo, ‘el Coco’ es una persona entrañable. Paquillo, ‘el Coco’, o sea Francisco Bravo Acedo es una persona servicial, solitario y solidario. Siempre está cuando se le busca.

Vive frente a la iglesia. Es decir, echó los dientes de monaguillo. Tuvo la mejor escuela de pillería que puede tener un niño. Su madre, Frasquita, siempre tenía ‘candela’ o lo que es lo mismo unas ascuas para el incensario que servía en los oficios religiosos.

-Frasquita, que me ha dicho Vicente que venga por candela…

Y Frasquita, paciente, siempre tenía las ascuas precisas para el niño que había mandado el sacristán y que luego, con el incienso, aquello a modo de humo sagrado llegaba hasta el mismo viril de la custodia del altar y subía y subía e impregnaba el templo con el olor tan propio que tenían los templos de antes.

De grande  - en edad, porque en cuerpo se quedó, como las grandes esencias, en un envase chiquito - se pegó a la obra. Albañil de profesión. Inconfundible por su voz ronca y potente. Es un torrente impulsivo. Paco es un barítono fuera de serie en esa gran orquesta que se forma con la amistad.

Paco es un lazarillo de la Virgen de Flores. Cuando cae la tarde y las palomas despiden los últimos rayos del sol desde los alféizares de las ventanas del convento es muy normal encontrarse con Paco en la penumbra  del templo…

Si un colectivo de manos aúpan la peana de la Virgen para colocarla en el camarín, allí están las suyas. Si hay que trepar en las alturas a la hora de colocar los doseles de la novena, ahí está Paco, si hay alguien pegado en las sombras del trono de la Virgen, sin protagonismo, sin demandar nada de nadie…, allí está Paco.


Paco, Paquillo, ‘el Coco’ es un fumador empedernido. Su casa tiene un número emblemático… ¿Será por eso? Paco es un hombre “en el buen sentido de la palabra – y cito a don Antonio Machado –, bueno”.

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