Antonio es un hombre de estatura baja; delgado y
enjuto; entreverado entre un místico y un asceta; podría ser un hombre escapado
de una obra de Quevedo que viviese en un ciudad donde tocan las campanas al
amanecer y con mucha raigambre histórica.
Antonio es un hombre propio de un pueblo de la
Castilla adusta, estricta y religiosa. Podría haber sido el secretario ideal de
Fray Hortensio de Paravicino, o del ‘Caballero de la mano en el pecho’, o del
mismísimo cardenal Tavera. O sea, se habría hecho sitio en un cuadro de El
Greco.
Antonio es un alarife de la palabra; la recuesta, la
acaricia, la halaga. Usa la que es precisa y oportuna. ¿Otra? No; esa.
Exactamente, esa. Busca y rebusca hasta
dar con la adecuada, la que encaja, la que viene bien y a pelo en la expresión
para ese momento.
Antonio es un hombre primoroso. Gusta y se gusta de
las cosas bien hechas. Pulcro y escrupuloso; meticuloso en sus cosas; ordenado.
Es un estilista del lenguaje. Lo deja ver en sus libros, en sus artículos, en
sus versos porque Antonio ha escrito un puñado de libros y se ha retratado en
muchos versos.
Ha dedicado su vida a la docencia; pedagogo y
didacta; discente de la enciclopedia que
encierra dentro. Ha marcado el camino
“enseñando a llevar palabras de la mano” a muchos hombres y mujeres en la niñez
de ayer.
Experto en la Copla; seguidor empedernido de todas
las grandes que dijeron, y mucho, en el arte: Juanita Reina, Marifé,
Rocío…Cuando toma la palabra es un libro que se abre; es un torrente desbordado;
es una cinta sinfín…
Como lo es en
la saeta y en el pregón; exalta la mantilla; conoce el mundo de los
Verdiales…; fumador empedernido de habanos: fuma los puros partiéndolos por la
mitad para autoengañarse y creer que fuma menos.
Sus compañeros del Guadalhorce le tributan un
homenaje. Si alguien piensa que los homenajes se los dan a la gente cuando está
cascada, disipen las dudas: Antonio Vergara – que no lo había dicho antes –
está como una quinceña, pero en masculino. ¿No me creen? Cuando él tome la
palabra y, ustedes lo escuchen hablar esta
noche en la clausura, ya me dirán, ya me dirán…
Conocí a Antonio, en la tertulia de la mesa de un café en la Fuentarriba. Creo que me lo presentaste tu y, desde ese momento, hicimos buenas migas. Me regaló algunos de sus libros, que son, como dices, una enciclopedia de las formas del lenguaje. En nuestro pueblo – que se saca punta a un canto rodado – hay quien dice, que es presuntuoso con la lengua y, para mi, es que no le entienden. Siempre que nos encontramos en verano - sea donde sea - el saludo se convierte en media hora de tertulia, porque ninguno somos parcos en palabras. Daría cualquier cosa por estar ahí esta noche y oírle Pepe...
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