La roca surge entre un encaje de espumas blancas. La roca es
compacta y sólida; maciza. Está lamida de
soportar temporales. La roca está allí desde siempre. El océano;
también. Es abierto; de horizontes lejanos, de aguas profundas. Se confunden
cielo, horizonte y mar…
Dice la leyenda que sobre ella, se conjuraban las brujas.
Venían de las profundidades o de lugares dispares de la tierra o
vaya a usted a saber de dónde.
Era el lugar de cita. Ni cerca ni lejos de la costa. En su sitio.
Se piensa que también en aquel lugar los pueblos
precristianos reverenciaron a los dioses de la naturaleza. Eran los dioses que
mandaban en las nubes y en las olas; en los vientos y en las brisas; en el mar
y en la tierra; en las tempestades y en los temporales.
Un día las olas del océano trajeron sobre el nácar de su
espuma flotando un Cristo. Nadie supo de su procedencia. Lo depositaron sobre
la roca y lo dejaron allí. Los pescadores lo vieron como algo milagroso.
Decidieron levantarle una iglesia. Sobre la roca, cada noche,
aparecía una luz. Los vecinos de Gulpilhares, en el Concejo de Vila Nova de
Gaia, lo vieron como un mensaje del cielo indicando el sitio preciso. Le dieron
forma hexagonal. Era el lugar que el Cristo que había traído el mar pedía para
Él, y para recibir su culto.
Dice la tradición que la capilla del Señor de Piedra es
tanto de la mar como de la tierra. Vista desde el mar, al divisarla en la
lejanía, es un punto de referencia para los pescadores que trasiegan en sus
faenas. Faro y guía; desde la tierra, un punto de peregrinación para la gente
que acude a la llamada de su magia.
El océano, a veces, se pone bravo, tempestuoso e imponente;
otras, al caer la tarde, el cielo se
arrebola de nubes caprichosas. Van para alguna parte, y las olas se tornan
espumas blancas que besan la peana rocosa donde está el Señor de Piedra….
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