El campo estaba luminoso; el cielo, azul. Ni una nube, ni
una ráfaga de viento. Crecen los jaramagos a orillas de la carretera y ponen un
tintineo de flores amarillas entre el verdor de los trigos. No han florecido
aún esas llamaradas encendidas que se bajan de los crepúsculos a la tierra, o
sea, las amapolas…
Olivos primorosos, tiernos, alineados, labrados, como
salpicados en la tierra y en medio un cortijo blanco y señas de ganadería – los
silos cantan desde lejos – y ocas que reciben como aquellas de Capitolio que
decían que venían extraños, o sea, con un cacareo escandaloso.
Acudimos a la voz de llamada del amigo. Mi amigo echa
kilómetros fuera por una carretera entre campiñas ubérrimas. ¡Dios mío como
pide agua el campo en este apunte de primavera! Acude al punto marcado. El
amigo llega como es norma de la casa con la generosidad proverbial que siempre
lleva consigo.
El Saucejo, en la media distancia, está recostado al sol de
la media mañana. Casas blancas; trigos vigorosos; olivos plateados en espera de
la próxima cosecha. En las dos entradas, el pueblo, ha colocado sus señas de identidad: un cesta
con aceitunas moradas y una prensa.
Nos recibe Juan Pérez. Juan es el gerente de la empresa.
Juan es un hombre que ya no es joven. Es
la sencillez hecha persona. Cortés, atento, cordial. Se desvive, nos enseña…;
es la hospitalidad abierta.
Lleva consigo un puñado de años necesarios para decir, que a
su edad, acumula experiencia, sabiduría de vida y la mano izquierda tan
necesaria, tan oportuna, tan precisa. Es un cúmulo de ilusión. La trasmite; la
muestra.
Juan gestiona una empresa con muchas facetas. Como las
flores del campo, todas distintas y todas en el miso paño. Su empresa, por
segundo año consecutivo, ha conseguido el premio al mejor aceite ecológico de
las Sierras de Sevilla, o sea, le han dado reconocimiento. O sea se hacen
muchas cosas bien hechas – y no es redundancia - en nuestra tierra.
Nos convocó. Antonio – o sea, el Maetro Barbeito – Juan y Miguel
Ángel y José y Cristóbal y Rafael y…Supimos y gozamos de ese algo tan
proverbial, tan característico, tan de aquí y a lo que se le llama
hospitalidad.
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