Charles Aznavour tiene solo 90 años. Está en Madrid.
Promociona un nuevo disco que saldrá dentro de unos días. Más o menos en mayo
según se lee en la nota que han hecho pública para dar a conocer la noticia.
Dice este hombre que el pasado no lo olvida; del presente
aprende, y únicamente le interesa el futuro “porque cada día es un oportunidad
para seguir creciendo”. He releído la entrevista. No tiene desperdicio. La
gente llega a las cumbres porque antes se dejó las uñas en las rocas de la
ascensión.
Este Aznavour es el mismo que un día nos dijo que Venecia
era distinta porque ante su soledad, un lejano recuerdo le venía a buscar.
Cantó, nos cantó, una Venecia de romanticismo, de amores perdidos, de góndolas
y atardeceres de luces y lunas sobre el Adriático.
Aznavour nos llevó en sueños a Venecia. Hubo quien, años
después, entre otras cosas, añoró en Venecia, en la terraza de un café junto al
puente Rialto, todo lo que nos había hecho soñar en las tardes de domingo
cuando el baile de pikcup era la única salida para ir al encuentro de eso que
llaman amor de juventud…
De su mano París con aquella ‘Boheme’, era otro París. Como lo había sido con Edith Piaf y con
Mireille Mathieu y con François Hardy. Era el Paris del Sacre Coeur y los
pintores en Montmartre. Por el Sena, como ahora, subían los bateau mouche. Aún no habían llegado los candados que
recordaban imposibles en las barandas de los puentes.
Por el Barrio Latino, o en Café de Flore en Saint Germain de
Prés… se exaltaba al existencialismo y se cantaba al comandante. (El comandante
era el Che, y de él teníamos la visión de la aventura y la pasión por todo lo
prohibido…).
Ahora escribo estas cosas. Están llenas las calles de
Cristos atormentados y Dolorosas transidas. Hay una fiesta a la luz, al color, a los sentidos. Este
hombre viene y dice que no le importa el pasado. Hurgo en las telarañas del
recuerdo. Hay cosas que son difíciles de cazar,
a veces.
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