jueves, 26 de marzo de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. No me llames Dolores

Sonaba la radio a media mañana. Balcones abiertos y puertas de par en par. Plumeros espantando el polvo; maceteros más limpios que el jaspe y el cobre reluciente. Sonaba la radio, digo, y la voz de doña Concha, doña Concha Piquer, anunciaba a quien quería escucharlo: “no me llames Dolores, llámame Lola…”

El maestro Quiroga ya no andaba por los teatros de Madrid llenos de humos. No había señoras relucientes con collares de perlas falsas que parecían buenas ni hombres de habanos encendidos con cerillas, chaqueta de sastrería y zapatos brillantes. Las noches de la  calle Barbieri no era el ir y venir de flamencos camino de ‘Canasteros’, a la sombra de Manolo Caracol…

Rafael de León arrastraba los sambenitos de ‘aristócrata’ y folclorista. Rafael de León pregonaba en sus letras que era uno de los grandes y buenos de la Generación del 27, pero… Había conocido en los Jesuitas del Puerto a Alberti, pasó por los Jesuitas de El Palo y, en Granada, trabó amistad con Lorca. Eran otros tiempos.

“No me llames Dolores, llámame Lola que ese nombre en tus labios sabe a amapola”. Dolores, Lola, Loli, Lolita, Lolichi y Lolilla; María de los Dolores, María Dolores, Mariloli, Mariló… ¿Verdad que es un prado salpicado de amapolas?

Rafael de León y el maestro Quiroga nos hablaron de  los hierros de las ventanas, y del corazón parado con el resuello contenido; de sombreros de ala ancha y trajes  negros de panas. Y de un clavel en la boca,  y de amores desaprobados: “ni tu madre  a mi me quiere / ni la mía a ti tampoco”…


Viernes de Dolores. María – ‘María de los Dolores’ - enlutada  recibe visitas en las penumbras de los templos. Huele a incienso y a claveles en los tronos y a liliums morados, rosas y blancos. Y a romero esparcido por los montes de corcho. Se asoma la Semana Santa por entre las rendijas de la puerta. Y tu nombre, tu nombre que sabe a amapola…

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