Sonaba la radio a media mañana. Balcones abiertos y puertas
de par en par. Plumeros espantando el polvo; maceteros más limpios que el jaspe
y el cobre reluciente. Sonaba la radio, digo, y la voz de doña Concha, doña
Concha Piquer, anunciaba a quien quería escucharlo: “no me llames Dolores,
llámame Lola…”
El maestro Quiroga ya no andaba por los teatros de Madrid
llenos de humos. No había señoras relucientes con collares de perlas falsas que
parecían buenas ni hombres de habanos encendidos con cerillas, chaqueta de
sastrería y zapatos brillantes. Las noches de la calle Barbieri no era el ir y venir de
flamencos camino de ‘Canasteros’, a la sombra de Manolo Caracol…
Rafael de León arrastraba los sambenitos de ‘aristócrata’ y
folclorista. Rafael de León pregonaba en sus letras que era uno de los grandes
y buenos de la Generación del 27, pero… Había conocido en los Jesuitas del
Puerto a Alberti, pasó por los Jesuitas de El Palo y, en Granada, trabó amistad
con Lorca. Eran otros tiempos.
“No me llames Dolores, llámame Lola que ese nombre en tus
labios sabe a amapola”. Dolores, Lola, Loli, Lolita, Lolichi y Lolilla; María
de los Dolores, María Dolores, Mariloli, Mariló… ¿Verdad que es un prado
salpicado de amapolas?
Rafael de León y el maestro Quiroga nos hablaron de los hierros de las ventanas, y del corazón
parado con el resuello contenido; de sombreros de ala ancha y trajes negros de panas. Y de un clavel en la boca, y de amores desaprobados: “ni tu madre a mi me quiere / ni la mía a ti tampoco”…
Viernes de Dolores. María – ‘María de los Dolores’ - enlutada
recibe visitas en las penumbras de los
templos. Huele a incienso y a claveles en los tronos y a liliums morados, rosas
y blancos. Y a romero esparcido por los montes de corcho. Se asoma la Semana
Santa por entre las rendijas de la puerta. Y tu nombre, tu nombre que sabe a
amapola…
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