La luz de la mañana se vino a jugar al campo. Primero jugó
al escondite entre los majanos; subió por las cañadas; se escondía entre las
adelfas de los arroyos, por detrás de los troncos centenarios de los olivos,
por los sembrados que como toros acampanados le presentaron cara.
Álora se viste de azahar y flores nuevas; de aulagas y
mimosas en flor; de jaras en la Cuesta del Verrón; de brotes de olivos tiernos
y almendros con frutos de terciopelo para recibir al Domingo de Ramos. Porque
hoy, dice el calendario por no sé qué combinación de la luna de Nizan, hoy les
decía, es Domingo de Ramos.
Desde muy temprano cantan las alondras en las lomas de El
Chopo. Abren las amapolas. Hay prados cargados de flores a los bordes de los caminos.
Está el cielo limpio de nubes. Se oyen las cencerras de las cabras. Sopla el
aire del norte.
El hombre del tiempo dice que estamos bajo un anticiclón. A
mí me parece que lo que tenemos encima es la mano del Amado que pasó por estos
sotos con presura… Ya me entienden. Todo el campo es un canto al unísono.
Se han llenado las calles de tronos. Músicos trompeteros,
niños de nazarenos y mocitas con vestidos nuevos. En todos hay algo en común:
Jesús entra en Jerusalén, - en la de verdad – a lomos de un pollino. “Hosanna
al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor.
Así cantaban aquellos chiquillos que lo recibieron con
palmas y ramos de olivos. Cantan, hoy, los
campos otros himnos. Son los himnos de trigos como mantos verdes, y las colinas
vestidas de primor. Son las casas blancas oteando los cerros con su
blancura primorosa como pinceladas
puestas por Alguien que tiene muy buen gusto.
En el horizonte se recortan las montañas. En la lejanía son
azules, difusas. A ellas se llega por los caminos que lleva de la mano la
amistad; las alforjas repletas de palabras. Hoy es Domingo de Ramos. Hosanna al
Hijo de David.
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