lunes, 10 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La tarde

                                                       

La tarde estaba sensual y plácida. No se movía nada de viento. Con el avance de las sombras las primeras gotas de lo que mañana, cuando venga el sol de nuevo, será rocío ya estaban sobre las hojas de la yerba. Eran mínimas y pequeñitas. La tarde estaba única.

Me acuerdo de San Juan de la Cruz. Comparto con él que sí, que es verdad, que “Mil gracias derramando, / pasó por estos sotos con presura, / y yéndolos mirando, / con sola su figura / vestidos los dejó de su hermosura”.

Era el Cántico Espiritual; era San Juan de Cruz… Me he sentado. Dejo que pase el tiempo y he visto como se vienen las sombras. La naturaleza toda está bellísima y, eso que no ha llovido y la otoñada se abre paso con mucha, con demasiada dificultad.

Por entre las ramas veo un pajarillo diminuto: la pechera azafranada, el pico largo y fino… Salta de rama en rama. Seguramente busca un lugar confortable donde pasar la noche. El pajarillo no sabe que vive en un lugar privilegiado. No lo sabe porque los pájaros, también, forman parte de este otoño dorado.

Hace unos meses la revista The Economist publicó algo tremendo: casi trescientos millones de personas  pasan hambre en África. Los países ‘ricos’ tiramos, cada noche, a la basura, toneladas de comida…

Dice también la prensa, otra prensa, que el Obispado de Málaga obliga a dimitir al Hermano Mayor de una cofradía porque está divorciado. Tengo que releer la noticia. No me lo creo. Puede haber un error. Pero, no; no lo hay.

 En el Obispado no se han enterado que en Roma hay ‘otro’ Papa. Por cierto, se llama Francisco, como el poverello de Asís. En público se ha preguntado: “quien soy yo para condenar a nadie”. Más o menos. Alguien debería hacérselo saber. A Francisco, no; al Obispado.


Las hojas de los almeces han perdido lozanía; se han desnudado los granados. El sol dora la caliza de El Torcal; las casas lejanas del partido de Jévar son pespuntes blancos esparcidos, a voleo, como quien tira granos de nácar por aquellos cerros. ¿Tengo derecho a dejarme envolver por esta belleza, cuando otros sufren tanto?

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