Escribió don Antonio Machado una oración para rezar por la
calle. O sea, unos versos bellísimos. “Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los
gitanos…” Hablaba don Antonio de otro Cristo; un Cristo clavado en la cruz…
Está este Cristo de los gitanos del que hablo hoy en la
iglesia del Valle en la ciudad de Sevilla. Viene la Cofradía
de la medición del siglo XVIII. Es procesión de noche de Viernes Santo. La imagen, obra de José Fernández, representa un Nazareno con la cruz a cuestas.
Es un Cristo de rasgos morenos, duros, henchidos por el dolor del momento.
Desde un palacio no muy lejano de allí se ha ido para siempre una Señora con muchísimos
títulos. Doña Cayetana hasta ese momento era la más alta representación –
incluido el Rey- de la Nobleza de España; devota del Cristo de los gitanos. Ha
pedido que la entierren allí. Junto a Él han depositado parte de sus cenizas.
Hay otro Cristo de los gitanos. “El Manué”. Recibe
veneración y culto en la parroquia de los Santos Mártires de Málaga. Conforme
se entra por la puerta principal, a la derecha, en una capilla muy barroca. El
“Manué” es obra Juan de Vargas. En dos ocasiones, que se sepa, vino hasta Él,
la duquesa de Alba…
Es un Cristo moreno, atado con cordones dorados, a una columna. Recibe los azotes que dicen las
Escrituras que le dieron en aquel momento. Su espalda hace un escorzo
compungida por el dolor. La devoción viene también de la mediación del XVII… Se
procesiona en noche de Lunes Santo.
Miren por dónde, los
dos bellísimos; los dos, singulares y únicos. Pero, no. Me refugio, otra vez, en los versos de don
Antonio - que por cierto, las circunstancias de la vida hicieron que naciese en
el palacio de las Dueñas - “No puedo cantar ni quiero / a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo el mar”. O lo que es lo mismo, al Dios vivo. A Ese, sí; a
Ese.
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