Hace tiempo “SUR” publicaba una
noticia escalofriante. Un hombre pedía volver a la cárcel. Una historia, para
pensar. Había pasado más de cincuenta
años por distintas prisiones de España y, ahora, que lo dejaban en libertad en
la de Granada pedía reingresar. No tenía a nadie. No sabía hacer nada. No tenía
a dónde ir. La cárcel, decía, está en la calle. ¿Cómo le ponemos a esto?
Una mujer linchada por la
buitrería (la palabra no existe, pero da lo mismo) nacional se revuelve por lo
contrario. Se enfrenta a una condena.
Isabel espera - desesperada - la entrada en prisión. España convulsa y
desorientada da bandazos sin sentido. Quien lo tuvo todo y quiso más. Demasiada
inmoralidad.
Vientos de poca vergüenza asolan las
tierras de España. Se ofende, se dilapida... Unos perdieron el norte (y el sur, y los otros dos
puntos cardinales) hace mucho tiempo. Eran tiempos de rosas y jet set. La
gloria y la fiesta no terminaba nunca. Y, si además, era con dinero de otros…
Hay una cosecha excelente de
mediocridad. Unidades móviles y cámaras hacen guardia, día y noche, ante la
puerta de una casa. ¿La primicia del
hallazgo de la vacuna contra el cáncer, por ejemplo? No, no… la salida hacia la
cárcel de una señora que va a cumplir condena.
El pueblo llano, como en la
comedia de Lope, pide Justicia (con mayúscula). Me decía un amigo que los
jueces aplican la justicia que les ponen en la mano los políticos. A veces
tiene tufillo de que está hecha casi a medida de algunos.
Aquel pobre hombre estaba tan
perdido como los pajarillos en las noches de feria cuando comienzan a subir
cohetes. Arrancan el vuelo; cruzan el cielo desorientados. No van a
ninguna parte. No saben de dónde le viene todo; Isabel zarandeada por el
vendaval ¿se preguntará como el maestro Quintero: “El día que nací yo qué
planeta reinaría…?
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