La chica salía cada tarde y daba un paseo junto al mar cuando
se ponía el sol. Llevaba, a veces, un libro que no leía nunca y una máquina de fotos. La brisa jugaba
con sus cabellos. Los cabellos revoltosos se le venían a la cara. La chica dejaba
en libertad su pelo…
La chica paseaba junto al mar. Ya lo he dicho. Pero no he
dicho que era un camino largo protegido por una empalizada. No se sabía dónde empezaba. Habían aprovechado,
en parte, una vía del tren en desuso. El
camino cuando dejaba la vía era tortuoso porque así lo marcaban los
desniveles del terreno. Mucha gente iba y venía por aquel camino para dar un
paseo largo…
Junto al rebalaje un chico joven jugaba con un perro. Desde
la altura parecía un setter con lunares blancos y negros. El perro corría,
volvía sobre sus pasos… El chico le lanzaba, a media distancia, chinas
redondeadas y limpias que el mar había modelado con el ir y venir de las olas…
La chica se paró. Miró al mar. Era un mar con algo de resaca
y lleno de olas de espumas. Era esa hora
en que los colores se tornan dorados. El sol se abría paso entre nubes y se hundía
en el horizonte. Primero, un disco refulgente; luego, anaranjado; después
violeta… hasta que se lo trago el mar.
El motor de una traíña anunció que la gente se echaba a la
mar. No estaba en calma. Las olas traían y llevaban espumas; luego, salió otra,
y otra…Hombres frente al mar ¿Cómo se daría la faena? Había un rumor sordo,
prolongado. Era el rumor de siempre.
La chica decidió volver a casa; tampoco estaba ya el
muchacho que jugaba con el perro ni el cielo tenía el color dorado de antes.
Empezaron a subir las sombras. En la altura algunas estrellas; la bruma, en el
horizonte. Llegaba la noche…
No hay comentarios:
Publicar un comentario