Los días de lluvia se levantaba una neblina tenue que
avanzaba por el camino. Lo envolvía todo. En el aire flotaba algo diferente a
los días claros y de cielo azul. Los árboles empapados chorreaban agua por los
troncos; parecían fantasmas.
Para comer en el almuerzo se hacían gachas o migas y calabazas
fritas con bacalao. En la alacena se guardaba en un bote de cristal el arrope.
Se regaba, con abundancia, el plato. El arrope agregaba, además, del color negruzco,
un sabor dulce.
El arrope venía desde el verano. El que no se gastaba se
guardaba de un año para otro y, a veces, en el fondo del tarro, ya más cuajado,
se formaba una pasta espesa. Se
arrancaba con la cuchara y los niños la relamíamos con la picardía que siempre
usan los niños con las cosas que no deben hacerse.
No se salía a la calle y escuchábamos como repiqueteaba el
agua en los cristales; luego, el viento ululaba en el tejado. La chimenea
escondía algo de misterio y de encanto. Los días de agua, como eran tan pocos,
tenían la magia de ser días especiales. Y, si además, nos contaban cuentos de
diablos y de brujas…
Con cierta concupiscencia se miraba por el humero por si por
un casual el demonio anduviese entre el hollín o tuviese el atrevimiento de
asomarse. Nunca tuvimos la suerte de verlo. Se entiende que debía andar – ahora,
también – en otros menesteres más interesantes.
En el hogar ardían los troncos. Con la leña mojada costaba encender
la candela: primero leña menuda; después, leña recia y se formaba un cisco que
terminaba en borrajo. Se caldeaba la casa. Las llamas formaban figuras
caprichosas y de muchos colores: verdes, azules, amarillas, rojos, violetas, anaranjados…
Si el agua arreciaba volvían pronto los cabreros; las
bestias no salían de la cuadra y a media mañana no se escuchaba el cacareo de
las gallinas: anunciaban disponibilidad de ponedero. Parecía como si una calma
especial lo invadiese todo, lo llenase todo.
Lo malo venía cuando llegaban noticias de arroyos
desbordados; que el río iba salido de madre; que ‘andaban los jundieros’;
los derrumbes de tapias y tejados casi siempre les tocaba a los más pobres. En
ocasiones aparecían las tragedias…
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