Hacía un rato que doblaban las campanas. Terminó la
Eucaristía. El celebrante lo anunció a
los fieles: “Mi tío Diego pidió que con su cuerpo presente, un coro cantase: Ha llegado tierna Madre…” Subió hasta el
altar el coro de siempre. Era la oración de tarde en Viernes de Dolores. El calendario
decía que no, que no era primavera y sí un jueves en un atardecer de otoño. Las
campanas tocaban a...
Unas voces rezaron en voz alta: “Ha llegado tierna Madre /
el día del Sacrificio / ya tu amado va al suplicio, llevando en hombros la
Cruz…” Es el canto de la procesión claustral cuando Dolores – Dolores Coronada-
va de su altar al trono procesional.
Media templo lloraba, en silencio; el otro medio tragaba
saliva. Dice el maestro Alcántara que hay que gente que se muere y gente que se
nos muere. Ese era el caso. Se nos iba alguien; se nos iba un “loco” por el
amor a su Virgen de los Dolores.
A Diego Trujillo se le ha cortado el hilo de la existencia.
Lucha denodada, a brazo partido, entre
uvis, operaciones, camas de hospital y un corazón que aguantó tantas emociones
y que no ha podido con ésta. Le dijo a todo el mundo que hasta allí se había
llegado…
Por la mañana coincidimos juntos, convocados por ti, Diego, los niños de la calle de entonces. A capítulo
ya faltaron cuatro; ahora, uno más. Y, suma y sigue. Dice la copla que “tu
calle ya no es tu calle…” Tu calle va a seguir ahí, como está desde no sabemos
cuándo, probablemente desde principios del XVI cuando el pueblo decidió hacerse
grande…
Tu calle ahora es otra. Tu calle está empedrada de estrellas
y no tiene cuestas ni te ahogará cuando tengas que recorrerla. Ahora sí, ahora,
Diego, sí que vives en una calle de privilegio. Y ya nos viste… Llorábamos por
dentro porque – y tú lo sabes- es que se te quiere mucho, puñetero.
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