miércoles, 5 de noviembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El sol de media noche

                                               

La luz dorada de la tarde  se me entra por la ventana; a la izquierda de mi mesa. La ventana es pequeña y tiene forma de óvalo. El sol ahora en otoño se va antes porque dicen los que saben que la tierra le da no sé qué inclinación al eje y esas cosas.

Arrancó el día con nubes que descargaron algo de agua. Poca agua, muy poca para la necesita el campo en estas fechas. Por los cristales corrían la gotas raudas, como los pensamientos buenos que aparecen y cuando se les quiere echar mano…¡ya no están!

A lo largo del día la luz cambia varias veces. La luz es como la mujer: siempre es bella pero nunca tiene la misma cara. La luz dicen que fue lo primero que hizo Dios. ¿Por qué sería?

En el azul del cielo veo recortada la silueta de El Hacho. Inmensa, silente, siempre ahí como los montes míticos. Como el Gurugú a Melilla, como el Tibidabo a Barcelona, como el Pan de Azúcar a Río. Solo que éste es nuestro; mejor, mío Perdonadme la apropiación, es que como siempre lo tengo enfrente…

En este rincón apartado estoy rodeado de amigos. Muchos amigos. Llevan en los anaqueles no sé cuánto tiempo. Esperan. Los libros siempre esperan como el arpa de Bécquer la mano que le arranque las notas. En este caso, primero una caricia, luego… ¡ay, luego! Los libros son los que más saben de ese… luego.

Un día un alumno subió hasta este refugio. Con la ingenuidad de  las almas limpias preguntó:

-          Maestro ¿todos éstos los has leído tú?

-          No

-          Ah, ya me parecía…


Hace  un rato que se fue la luz. Seguro que andará iluminado la mar grande y todas las tierras de América. Pienso en otra luz. Es la luz del sol de media noche. Brilla como nunca en el solsticio de verano y, luego, acurrucada espera que un amigo la llame porque sabe que ella, solo ella, ilumina su noche.

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