DESDE EL LUGAR
NUBES
DE SEPTIEMBRE
Llega septiembre. El calendario tiene pellizco. Vuelve la
gente al trabajo tostada por el sol de las vacaciones. Está llena de zozobras
interiores por eso que se conoce como síndrome postvacacional (¡vaya
nombrecito) o algo parecido.
En septiembre, también, se esperan otros cambios: en la
meteorología, en el campo o en los cuerpos. En el bar la gente no es la misma. Parece diferente. Como quien
espera algo que está por venir.
El cielo azul de la tarde apareció surcado por nubes
lejanas, blancas y algodonosas. Van de una punta a la otra. ¿De dónde vienen?
¿A dónde van? Se me antoja que esas
nubes son las virutas de las gomas de los ángeles cuando escriben en los
renglones del cielo y el Maestro les regaña y tienen que borrar...
Los hombres viejos hablaban de las nubes en el campo. Eran
otras nubes. La ‘nube de Alcalá’ - y uno que es preguntón y curioso supo un día
que era un nube redonda y grande como una coliflor - se levanta, me dijeron,
entre El Torcal y Las Cuerdas, por encima de Joya y, si se pone negra, al rato,
llegan los truenos.
Había, también ‘otras’ nubes para predecir el tiempo. Eran “las
gatitas de Mijas”: nubecillas ligeras, casi imperceptibles. Coronaban la Sierra
y, como al otro lado está el mar traían humedad. Aparecían y se ocultaban con
rapidez. Son como los ojos de la mujer bella. Siempre, esquiva y huidiza,
siempre un sueño.
Decían los viejos que, antes de tres días, cambiaba el
tiempo. Y, si estaba duro como lo está ahora, entonces suponía un hilo de
esperanza porque traían el agua tan
deseada, tan necesaria, tan esperada.
Pide cambios – en
otros temas, también, lo pedimos nosotros – el campo. Hace falta agua del cielo
que purifique, que limpie que vigorice tanta sequedad como hemos acaparado por
aquí abajo y, si de paso se lleva lo que pensamos…
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