sábado, 6 de septiembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Salud

                                               

Decía el maestro Azorín que “nada indica mejor el estado de un pueblo que la Prensa”. Cuando lo escribió apenas superaba los veinte años. Estaba aún en el siglo XIX. Entonces, ni tertulias  televisivas y ni otras zarandajas.

La Prensa, o sea, la libertad de informar y formar es algo serio. Muy serio. Vividores de todos los colores y tendencias han puesto en ella su pesebre. Sí. Lo que he dicho. Comen de hablar de todo y de todos. Lo mismo se opinan de economía que de las diez mil facetas de los ojos de las moscas.

Dan asco algunas cadenas de televisión. No se puede caer más bajo; no se puede ser más pelota y más sin gracia; no hay por donde cogerlos. El problema no radica en ellos. Es que eso es lo gusta a la gente. A mucha gente. Ahí está lo malo.

Los diamantes se hicieron con un fin muy concreto y…¿Ese es el estómago del pueblo? Me cuesta mucho, muchísimo aceptarlo. Sé de estómagos llenos que escriben o hablan al dictado de la “voz de su amo”. Es la esclavitud del siglo XXI. El bíblico Esaú vendió la primogenitura por un plato de lentejas; algunos de estos han vendido su libertad.

Decía mi gran director, Paco Rengel, que sólo con ver el periódico que lleva la gente bajo el brazo, se sabe la ideología que tiene. Triste, muy triste que los periódicos no sean capaces de mantener la objetividad.

¿Se acuerdan? Si se emborracha el señorito, alegría; si lo hace el pobre, poca vergüenza. Todo depende del cristal con que se mira. El hombre llegue a la luna. Tiene dos lecturas: la victoria del capitalismo asqueroso y facha o el progreso del pueblo que rompe fronteras.


Pienso en esos pequeños talibanes (¿cuál es el femenino de la palabrita?). Mal, muy mal andamos de salud. Pero no de la salud que arreglan los médicos. No, de la otra, la que dice el nivel, el estado del Pueblo si tomamos la temperatura con el termómetro de la Prensa…

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