Los tunos eran unos muchachos, que acudían de los pueblos, a
la Universidad. Por azar, algunos días se topaban con los libros, iban a clase
y en la Facultad hasta aprendían cosas de las materias en las que se habían
matriculado.
Era otra Universidad. Nada que ver con el botellón y esas
otras cosas que ahora nacen como por generación espontánea. Amantes de la juerga,
compañeros de la noche, de la taberna barata y de la alegría.
Los tunantes, - presuntos, por Dios -, no pisan la facultad
de ninguna Universidad. No llevan cintas de colores que adornan la capa ni
cantan canciones con chispa. Los tunantes – otros por ellos – llevan sumas de
dinero, mucho dinero (de lo que estaban muy escasos los tunos) a otros países,
al amparo de otras leyes.
Hay buena cosecha de tunantes. Arrancaron de viejo.
Rinconete y Cortadillo abrieron el queso en el Arenal de Sevilla. Vinieron,
luego, el Pícaro Guzmán de Alfarache, el Lazarillo, el Buscón don Pablo… España
es el único país del mundo - de otros mundos no se sabe - que tiene una
literatura que llamamos “picaresca” ¿por qué será?
Algunos tunantes de los
tiempos que corren visten con ropa de marca, usan coches de lujo, corbatas de
seda, zapatos de pieles carísimas y, algunos hasta hacen mohines, muchos
mohines. Amenazan y amagan. El patriarca se reviste… Los coches frente su casa hacen que suene el claxon...
Aquellos, los tunos de la literatura, terminaban en enredos
y líos con la Justicia; estos, también. Aquellos caían como moscas; estos se
escaparán. Al tiempo. Ponen cara de mártir y parece que nunca han roto un
plato. A toda esta panda de mangantes hay otros mangantes (¿a qué se entiende?) que los amparan y
justifican. Dicen que son perseguidos.
Pues ¿saben una cosa? Me quedo con el refrán. “Gallo que no
canta, algo tiene en la garganta. Así que…
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