viernes, 5 de septiembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tunantes

                                   

Los tunos eran unos muchachos, que acudían de los pueblos, a la Universidad. Por azar, algunos días se topaban con los libros, iban a clase y en la Facultad hasta aprendían cosas de las materias en las que se habían matriculado.

Era otra Universidad. Nada que ver con el botellón y esas otras cosas que ahora nacen como por generación espontánea. Amantes de la juerga, compañeros de la noche, de la taberna barata y de la alegría.

Los tunantes, - presuntos, por Dios -, no pisan la facultad de ninguna Universidad. No llevan cintas de colores que adornan la capa ni cantan canciones con chispa. Los tunantes – otros por ellos – llevan sumas de dinero, mucho dinero (de lo que estaban muy escasos los tunos) a otros países, al amparo de otras leyes.

Hay buena cosecha de tunantes. Arrancaron de viejo. Rinconete y Cortadillo abrieron el queso en el Arenal de Sevilla. Vinieron, luego, el Pícaro Guzmán de Alfarache, el Lazarillo, el Buscón don Pablo… España es el único país del mundo - de otros mundos no se sabe - que tiene una literatura que llamamos “picaresca” ¿por qué será?

Algunos  tunantes de los tiempos que corren visten con ropa de marca, usan coches de lujo, corbatas de seda, zapatos de pieles carísimas y, algunos hasta hacen mohines, muchos mohines. Amenazan y amagan. El patriarca se reviste… Los coches frente  su casa hacen que suene el claxon...

Aquellos, los tunos de la literatura, terminaban en enredos y líos con la Justicia; estos, también. Aquellos caían como moscas; estos se escaparán. Al tiempo. Ponen cara de mártir y parece que nunca han roto un plato. A toda esta panda de mangantes hay otros mangantes  (¿a qué se entiende?) que los amparan y justifican. Dicen que son perseguidos.


Pues ¿saben una cosa? Me quedo con el refrán. “Gallo que no canta, algo tiene en la garganta. Así que…

No hay comentarios:

Publicar un comentario